Fuimos juntos a secundaria.
Ambos somos de Toledo capital.
Estábamos siempre juntos.
Muchos creían que éramos hermanos mellizos.
Muy parecidos físicamente, y con la misma envergadura de cuerpo, ambos poco velludos por entonces, poco musculados, pero ciertamente, ambos atractivos, a juicio de muchas de nuestras compañeras, tanto de instituto, como posteriormente de la universidad.
Incluso iniciamos la misma carrera universitaria, luego cada uno la terminamos en diferente campus, aunque eso fue a consecuencia de aquella noche loca.
Me llamo Ramiro.
Estoy felizmente casado, y tengo dos maravillosas hijas.
Creo que no soy completamente feliz, aunque lo tengo todo, a juicio de los demás.
Rubén y yo, estuvimos muy unidos hasta aquellas navidades. Éramos uña y carne los dos. Él algo más reservado que yo, pero ambos muy iguales en todo, incluso físicamente, como ya les anticipaba más arriba.
Aquellas últimas navidades juntos tan especiales, al menos para mí, las llevo grabadas a sangre y fuego.
Después de lo que nos pasó, nada fue igual, lamentablemente.
Dejamos perder nuestra amistad por una chorrada, un simple juego, y aquellas cervezas de más.
Yo no me arrepiento…
Espero y deseo que a pesar de todo, él lo recuerde de forma tan tiernamente y excitante como yo, aunque en aquellos momentos no supimos asimilarlo.
Al menos a él, creo que le debió de suponer algún trauma, a tenor de los acontecimientos posteriores. Jamás lo hubiese imaginado.
En la actualidad no nos vemos muy a menudo.
Ambos somos abogados, y de vez en cuando nos saludamos por los pasillos del juzgado de la capital, aunque siempre de manera fría y distante.
Sé a ciencia cierta, o al menos lo intuyo, que también piensa de vez en cuando, en aquella noche en que hicimos aquella locura...
Lo noté en su mirada, la última vez que lo había visto hace apenas dos meses, aproximadamente.
Le vi especialmente entristecido.
Ambos tenemos ese secreto, del que jamás hemos hablado con nadie.
Eso intuyo. Por mi parte, nadie lo sabe. Tampoco mi mujer, a la que he contado siempre todo, menos aquello.
Ustedes son los primeros en saberlo.
Rubén, también se casó, aunque algo después, y creo que también tiene algún niño o niña de corta edad. Una vez los vi con un carrito de bebé desde largo.
Como nuestros nombres comienzan por “R”, en el cuarto de la residencia que compartimos durante casi dos años, pusimos un cartel que rezaba…, “R & R”.
Éramos inseparables.
En los días previos de aquellas vacaciones de Navidad, en nuestro segundo año de carrera, hicimos planes.
Habíamos tenido mucho éxito en los primeros exámenes, y decidimos celebrarlo de parranda.
Ambos teníamos novia por entonces.
Nos contábamos todo, incluso pequeños detalles de nuestras relaciones íntimas con nuestras respectivas chicas, como unos buenos colegas.
Nos fuimos de cañas y tapas.
Hablamos de todo, aunque principalmente de sexo, nuestro tema favorito.
En primer lugar, saqué el tema de nuestras primeras veces.
Rubén, había sido desvirgado muy joven por una de sus primas segundas mayores, y me lo describió con todo tipo de detalles. Sentí mi polla mojarse al visualizar todo lo que me estaba contando.
Prácticamente se había dejado violar, su prima lo hizo todo. Luego se sintieron avergonzados y no volvieron a hablar del tema.
Su prima, tres o cuatro años mayor que él, lo desnudó, le comió la polla y se subió encima de él, hasta hacerlo correr tres veces seguidas… Debía ser una ninfómana. Reímos a carcajadas al recordarlo de nuevo durante aquella inolvidable noche.
Cuando somos jóvenes, somos incansables…
Recordaba los detalles. Cómo al final, al sacar la polla de su coño, aquella leche acumulada, salía a borbotones manchando, no solo la polla, sino toda la cama.
Mi polla estaba tiesa de pensar en aquel momento…
Luego me contó cómo hizo el amor por primera vez en un camping con su única novia, cómo la ternura y el sexo se habían unido, y cómo estuvieron experimentando todo aquel fin de semana.
Me comentó los detalles de la desvirgación de Mayte, su novia. Era súper morboso cómo lo contaba, y mucho más cómo lo recordaba.
Por mi parte, había sido más tradicional, y había compartido ese instante maravilloso con mi única novia y la mujer de mi vida, Cristina, de la que era novio desde el instituto.
Nuestra primera vez, había ocurrido en mi casa un fin de semana que mis padres estaban de viaje. Le conté todos los detalles. Estábamos ensimismados con nuestras confesiones.
De pronto, le pregunté si había hecho sexo anal con Mayte.
Me dijo que lo habían hablado y que a él le encantaría, pero que aún no habían dado el paso, más por ella que por él.
A mí me ocurría lo mismo. Había pensado mucho en ello. El sexo anal me había provocado muchas fantasías… Lo consideraba como un segundo coño.
Cristina me había dicho que no varias veces, y dejé de insistir.
De pronto, me preguntó:
- ¿Cómo será follarse un culo, Ramiro?
Le dije lo que pensaba…
- Será como un segundo coño. Un sitio ideal para follar si tu novia tiene la regla.
- ¿Oye Ramiro, y no será desagradable el olor a mierda?
Yo había reflexionado al respecto dentro de mis conocimientos a esa edad.
- Eso tiene dos soluciones, o bien te lavas después, o bien, preparar el tema con un enema previo de agua salada. También está la anticipación, no comer demasiados sólidos, que todo sea líquido, para tener la tubería lo más limpia posible. (Reímos).
Se quedó pensativo…
- Lo de tus enemas…, van por ese camino…
- No tío, lo mío es por consejo de mi padre y su consulta nutricional. Es bueno para eliminar toxinas. Ya te lo había dicho en varias ocasiones.
Él sabía que regularmente, desde hacía años, me hacía un enema mensual por consejo profesional de mi padre.
Seguíamos con las cervezas y hablando de temas anales…
- Bien pensado… Si alguna vez Mayte acepta, le diré que se haga un enema, prefiero que tenga el culete limpio por si luego me come la polla, yo el culo y nos damos un besito blanco, que eso sí nos pone.
- No había caído en eso. Buena idea. (Le contesté sinceramente).
Nos abríamos el corazón y nuestra alma recíprocamente el uno al otro, en aquel apasionante mundo de las confidencias sexuales.
Creo que las cervezas hablaban por nosotros.
Sin pensarlo, le propuse:
- Confesémonos fantasías por cumplir.
- Genial. (Contestó Rubén).
- Empieza…
- Hacer un trío con un matrimonio maduro liberal. (Dijo).
- Comerme la polla de alguien de confianza, hasta que la leche inunde mi boca. (Dije).
Nos miramos…
Nos reímos a carcajadas.
- ¿Seguimos? (Dijo).
- Sí. (Dije).
- Me quedo lo del trío, me gusta la idea. (Dije).
- Follar con alguien desconocido en un carnaval. (Dijo).
- Me quedo lo del carnaval. (Dije).
- Me quedo lo de comerle la polla a alguien. (Dijo).
Nos miramos…
Reímos.
Tomamos más cerveza.
Habíamos cogido el puntito.
Llevábamos sin follar con nuestras novias más de dos semanas.
Creo que solo nos masturbábamos en el baño estando solos, para evitar hacerlo en el dormitorio común, y arriesgarnos a ser oídos por el otro.
- Estoy muy cachondo con la conversación. (Dije).
- Yo también (Dijo).
- En cuanto llegue me voy a hacer un pajote espectacular. (Dije).
- Yo también. (Dijo).
Dejamos de beber tanta cerveza.
Abrazados por el hombro, nos fuimos a la residencia de estudiantes donde vivíamos.
- Nos damos una ducha y al catre, antes las pajillas. ¿Vale?
- Claro, Rubén.
Entramos en el apartamento.
Nos fuimos al baño.
Nos empezamos a desnudar.
No perdía detalle de nada… Su slip también estaba húmedo y manchado como el mío.
Me quedé embobado al verle.
Lo había visto desnudo muchas veces en el instituto, después de hacer deporte. Desde que estábamos juntos en la universidad, habíamos sido discretos con nuestra intimidad, sin ninguna razón especial.
¿Quizás por creer que el otro se sentiría mal? Me preguntaba…
Se me removió la polla.
Pensé…, que estaba muy bien…, que si fuese una chica me podría haber enamorado de él.
El olor de su colonia me embriagaba.
Me desnudaba yo, y me ayudó a quitarme la camiseta algo ajustada.
Pasamos ambos a la ducha, no habíamos dicho nada al respecto y lo hacíamos quizás, de manera autómata e inocente.
En la ducha estábamos juntos y mi polla se puso rebelde al rozar su dura posamenta, ese precioso culo.
No le di importancia.
Se volvió, y la tenía también semidura.
Nos reímos al vernos.
Nos secamos cada uno con nuestra toalla.
Le sequé la espalda por comodidad, y de paso su culo.
Él hizo lo mismo conmigo.
Juntos nos fuimos a mi cama.
Desnudos, empezamos a hacernos la paja…
Nos mirábamos algo aturdidos. Yo estaba excitado y me hubiese gustado ayudarle a hacerse aquella paja.
De repente, soltó su polla y me acarició la parte superior de la mía, mientras me hacía mi paja correspondiente…
Estaba húmeda, pero no suficiente…
Mojó su mano en saliva y me acarició muy despacio, pero que muy despacio.
Aquello me puso hecho un toro.
No dudé ni un momento. Cogí su polla e hice lo mismo.
Nos reíamos.
Cambiamos de postura. Me agaché y empecé a lamer su polla.
Su cara, que miré fugazmente, reflejaba cierta sorpresa, pero su polla se inflamaba…
Notaba que le gustaba y mucho, crecía en mi boca por momentos.
De repente, me dijo:
- ¿Lo hacemos?
- ¿El qué? Rubén
- Lo del enema…
Después de un par de segundos, mirándonos en silencio con nuestros ojos sin parpadear, me lancé a mi armario a por la bolsita.
Empezamos los preparativos mientras nos pajeábamos el uno al otro, totalmente desnudos.
Eran las cervezas o qué sé yo…
Me dejó hacer, ya que el desconocía el proceso.
Como saben los aficionados a este útil método de detoxificar el intestino y el hígado, puede hacerse con café, con sal, con hierbas aromáticas o incluso, con ajenjo, para eliminar parásitos.
Mientras preparaba todo, de vez en cuando, él me pajeaba para mantener mi polla caliente. Yo a él también.
Cuando los dos litros de agua, y unas cucharadas de romero, estaban en su punto, aparté la olla.
Mientras se enfriaba el preparado volvimos a la cama, y nos mamamos la polla a placer.
Cuando todo estuvo dispuesto, le hice tumbarse en la cama del lado correcto, hacia su izquierda, para mejorar la entrada del líquido a su intestino. Puse una toalla debajo de él, por si había alguna fuga. Con una gota de lubricante, rocié su ano.
- Qué fresquito. Qué gustito. (Dijo).
Me encantó meterle mi dedito en aquel ojete perfecto, rosado y que, seguramente, me iba a follar en un ratito.
Dispuse la bolsa de enemas, colgándola en una de las escuadras de la estantería superior, donde tenía mis libros de lectura.
El agua hervida de romero, la había colado y vertido en una jarra, para vaciarla mejor. Ya estaba atemperada y lista.
Llené la bolsa con medio litro de líquido. No quería abusar de su intestino. Es mejor en dos tandas.
Comprobé la llave de paso. Estaba cerrada.
Cambié la cánula mía por una nueva.
La mojé levemente con unas gotas de lubricante.
Abrí su ano un poco con mi dedo.
(Fue una sensación excitante…, similar a la que había sentido la primera vez que había lamido el coño de Cristina, y lo había abierto previamente, para otear su interior rosado y lleno de pliegues brillantes…).
Busqué el ángulo correcto, y suavemente le metí la cánula poco a poco.
- Relájate. Voy a abrir la llave de paso muy despacio.
Le fui orientando. Notarás como entra el líquido. Le dije.
Cuando todo el líquido había entrado, le comenté que esperara el momento idóneo para ir al inodoro a expulsar.
Le dije que notaría las “prisas” del líquido por salir…
Le insistí en que comprimiese sus músculos del culo, para no dejar salir el líquido, hasta que fuese “irremediablemente preciso”.
Siguió mis instrucciones al dedillo.
Le quité la cánula.
El ruido del agua en su intestino era evidente.
Al rato salió corriendo.
Volvió enseguida y me comentó la jugada:
- Joder, cómo ha salido de sucio.
Repetimos la operación con el otro medio litro suyo restante.
Volvió a salir corriendo.
A su vuelta, le dije:
- Ya habrá salido más limpio…, ¿verdad?
- Eres un crack.
Cambié la cánula, y ocupé su sitio, después de llenar de nuevo el recipiente con otro medio litro.
Repetí la operación.
Al rato estábamos en la cama, limpios y dispuestos.
Dejé el lubricante a mano, pues lo utilizaríamos muy pronto.
Nos pusimos manos a la obra.
Lo primero, ponernos las pollas a punto.
Nos pusimos en la posición del sesenta y nueve lateral.
Abrí sus piernas, pasé mi mano entre ellas, coloqué mi dedo índice recién ensalivado, en su precioso ano para empezar a dilatarlo, y comencé a lamer despacio su polla.
Él hizo lo mismo conmigo.
Nuestras pollas estaban más que dispuestas…
- ¿Lo hacemos? (Dije).
- Pues claro. (Dijo).
- Una cosa, Rubén. Mañana no hablaremos del tema, jamás hablaremos de ello. ¿De acuerdo?
- De acuerdo…
Me arrepentiría de haber dicho aquello desde el segundo después de decirlo. Quizás sería esa la causa de nuestro distanciamiento posterior.
- ¿Entonces? ¿Nos liamos? (Dije).
- Al fin y al cabo, habría que probar de todo. (Dijo).
Nos reímos…
Había pensado en hacerlo tradicionalmente, en la postura del misionero, y mientras me lo follaba, sobarle la polla para disfrutarla y que lo disfrutase.
Le hice tenderse en la cama.
Le coloqué la almohada en los riñones.
Le subí las piernas y me acoplé.
Jugué en su ano con mi dedo rociado de lubricante.
Lamía mi dedo, y se lo metía dentro poco a poco.
Estaba cómodo, sus piernas descansaban en mis muslos.
Me toqué la polla, la tenía como nunca de dura.
Me la ensalivé a conciencia.
Mi índice ya entraba entero y suave por su cuevecita virginal a explorar.
Él estaba tocándose la polla manteniéndola dura.
- Voy… (Le dije).
- Dale maestro. (Me dijo).
Ninguno teníamos una gran polla, más bien normal…, unos 16 o 17 centímetros, tampoco excesivamente gordas, lo que resultaba idóneo para aquel menester.
Él quizás, un glande más redondeado que el mío. Precioso, por cierto. (El suyo).
Puse la cabeza de mi polla en su culo, y apreté un poco.
Tras una puntual resistencia y un pequeño respingo de Rubén, mi polla entró, al menos, la parte inicial.
No quise forzar y esperé unos segundos.
Intenté meterla un poco más.
Retrocedía un poco, y volvía a meter un poco más, todo muy despacio.
Estaba cachondísimo, con ganas de correrme, pero tenía que aguantar.
Con Cristina, me funcionaba el truco de pensar en operaciones quirúrgicas, que siempre me han dado mucho palo, a veces sin poder mirar.
Aguantaba.
Le empecé a dar folladitas enteras suaves.
Cogí su polla con la mano derecha.
La apreté.
Esta durísima como una piedra.
Metía mi polla una y otra vez a lo largo de su recto.
Estaba muy excitado, disfrutando de la follada. Además, me sentía morboso, muy morboso.
Estaba a punto de correrme, pensaba en decirle de follar luego otra vez.
- Me corro. Ummm. Ummm. Guau. Mmmm.
- Córrete, siempre he querido comprobar la sensación que tienen las mujeres al sentir la leche dentro de su coño.
Mi corrida era larga.
Su cara era de auténtico placer.
Seguía follándolo despacio mientras me seguía corriendo, y apretaba su polla dura.
Después de varias andanadas de leche, la saqué suavemente.
De su culo empezó a salir un río de leche.
No pude remediarlo... Me encanta.
Cogí con mis dedos aquella leche y me la metí en la boca.
Sus ojos me pedían probar.
Metí mis dedos en su boca.
Lamió viciosamente.
- Ahora tú… ¿Vale?
- Sí, claro. Estoy muy caliente y excitado. Deseándolo.
Cambios de postura. Ocupó mi lugar.
Noté su dedo hurgando mi culo.
El lubricante refrescaba y relajaba mi ano.
Metía poco a poco su índice.
Mi polla se removía nuevamente.
Cogió mi polla semidura, y la comió un rato, dejando el quehacer anal momentáneamente.
Se me puso nuevamente durísima.
Preparó su herramienta.
Me la clavó poco a poco.
Notaba como mi esfínter se abría ante aquella deseada polla.
Me estaba dando mucho gusto.
Me follaba muy bien.
Disfrutaba de aquella fantástica sensación. Siempre lo recordaré.
Pensaba que de haber sido mujer, habría sido muy puta, y que hubiese querido estar siempre follando. Me hubiese gustado que mi coño jamás hubiese estado vacío, siempre lleno de pollas duras, gordas y lecheras.
Rubén me follaba muy bien. Envidié a Mayte durante un segundo.
- Me voy a correr.
- Dale fuerte, Rubén.
Noté como me apretaba con unos rápidos movimientos, y como su leche caliente inundaba mi culo algo irritado, pero feliz y tremendamente excitado.
Era una sensación única y quería volver a sentirla nuevamente.
La sacó y repitió la operación que yo había iniciado en mi polvazo.
Cogió la leche y empezó a lamerla.
Me dio a probar.
Ambos nos habíamos confesado, que después de follar a pelo con nuestras novias, pues ambas tomaban anticonceptivos, a veces lamíamos el semen de sus coños. En mi caso, siempre me gustaba dejarlo muy limpio.
A mí me encantaba, y él había dicho que no le disgustaba, aunque no solía hacerlo, nada más que cuando estaba muy vicioso, aunque eso cada vez era más frecuente.
Nos tumbamos a reposar.
Le cogí la polla con la mano, y él hizo lo mismo con la mía.
Estábamos excitados, a la vista de que nuestras pollas querían repetir.
Al rato, nos pusimos nuevamente de faena y follamos de nuevo de la misma forma.
Estábamos muy excitados.
Finalmente, quedamos en hacer un sesenta y nueve hasta el final, para la tercera corrida. Fue genial. En aquella sublime postura disfrutamos el uno del otro, y como ya llevábamos dos corridas, tardamos en sacarnos mutuamente el tercer néctar, de tal modo que disfrutamos de aquel momento único. Nos pusimos de acuerdo en corrernos al mismo tiempo. Tardamos algo, pero al final lo conseguimos. Cuando notaba mi salida de leche llenando su boca, y la entrada de la suya en mía, creí que era el momento más emocionante de mi vida sexual.
Mi boca saboreó su caliente y tercera leche. A base de pequeños tragos, tardé minutos en mandar a mi estómago tan preciado trofeo. Mientras, disfrutaba de aquella caliente, viscosa y sabrosa leche en mi boca. La saboreaba a placer. Me mamé enterita su polla despacio, muy despacio. Se la limpié como un experto profesional de limpieza.
Él no me habló de detalle alguno, aunque aprecié que también me la limpiaba muy bien después de correrme.
Cuando él dejó, finalmente, de lamer mi polla, yo también dejé de hacérselo a la suya, no quería incomodarlo.
Quedaríamos extasiados y dormimos juntos cada uno con la mano del otro en la polla.
Mientras me dormía, pensé que no me disgustaría hacerlo otra vez, aunque solo con él. Pensar en otros hombres no me excitaba. A diferencia de las mujeres, que me gustaban muchas…, bueno, todas. Todas ellas tienen algo especial.
La que era alta, por alta. La que bajita, por lo mismo. La culona encantadora. Las gorditas, por sus curvas... Todas me gustaban.
Había pensado en sexo con todas mis compañeras, aunque respetaba mucho mi relación con Cristina.
Mientras pensaba todo esto, perdí la noción de la realidad y me dormí.
Él había abandonado la cama en algún momento de la noche.
Me levanté entusiasmado. Quería decirle que me encantaría volver a hacerlo de vez en cuando. Si nos íbamos de cervecitas otro día, me hubiese gustado volver a hacer lo mismo de idéntica manera. Había sido una experiencia bestial, al menos para mí.
Habíamos prometido no hablar del tema, y callé.
Yo no le dije nada, y él a mí tampoco.
Aquel día, salíamos de viaje para casa.
Hoy quizás hubiésemos relativizado aquello y nos hubiésemos reído.
En los años 90, eso era otra cosa.
Ya no volvimos a juntarnos nunca más.
Yo volví a la Complutense. Él terminaría en la Autónoma.
Después de varios años sin pensar en ello, recibí una extraña llamada, y como terapia final, escribí el relato.
Todo ocurrió hace apenas dos meses, después de ver a Rubén por última vez, y verle especialmente raro…
Hace unas dos semanas, me llamó un terapeuta sexual de nombre José Miguel. No pude decirle que no. Solo me había dicho dos frases después de presentarse, y confirmar mi nombre y apellidos:
- Ramiro, necesito verle. Es en relación a una experiencia navideña con su compañero de estudios.
- Al llegar a la consulta, una increíble y amable recepcionista de nombre Verónica, me recibió como si me conociese de toda la vida.
Después de contarme decenas de cosas de su vida, y de lo feliz que se sentía ayudando a cientos de personas, parecía que nos conocíamos desde siempre.
Incluso nos intercambiamos los números de teléfono para tomar algo con nuestros respetivos cónyuges.
A la hora señalada me pasaba al despacho del profesional titular. Inmediatamente, me decía:
- Gracias, Ramiro, por venir.
- De nada, José Miguel.
En la siguiente hora y media me habló de muchas cosas… Me habló de Rubén, y de sus problemas. Estaba autorizado por él. Estaba en tratamiento por disfunción eréctil, y junto a su esposa habían acudido a su consulta.
Hablando y recordando cosas, había intuido algo, y en privado le había confesado aquella única experiencia homosexual.
En resumen, necesitaba saber cómo yo había relativizado aquello.
Hablando francamente con José Miguel, le dije que aquella experiencia fue extraordinaria, y aunque algo avergonzado, la asumí dentro de mi etapa de construcción bisexual. Todos tenemos algo, quizás yo tenía algo más de inquietud bisexual que Rubén, y nada más.
Me preguntó si fantaseaba con aquello, si lo había repetido con algún otro hombre.
Le confesé que no había repetido aquello con nadie, y que de repetirlo solo lo hubiese hecho con Rubén. Para mí era alguien muy especial.
Sus ojos adquirieron un brillo muy especial.
Finalmente, José Miguel me preguntó:
- ¿Estaría dispuesto a repetirla? Es necesario para ayudarle. Rubén, lo necesita.
- Por supuesto. Sólo lo volvería a hacer con él, con nadie más.
- A él le ocurre exactamente lo mismo, necesita reconfirmar su identidad bisexual solo con usted, y es la base de su actual problema.
Salí radiante de aquella consulta.
José Miguel me indicó que, excepcionalmente, en casos muy concretos, la identidad bisexual solo se plasma con una única persona, con la que se tiene un vínculo muy especial.
Unos días más tarde, quedaba a tomar algo con Rubén.
Volvimos a tomar cervezas. Volvimos a coger el puntito…
No llegamos a hacer lo mismo. No nos penetramos. Simplemente, nos hicimos unas mamadas, pero fue una experiencia sexual conmovedora, además de excitante y morbosa.
Desde entonces, siempre que nos vemos, hemos vuelto a ser inseparables.
Su problema se resolvió solo, su mujer volvió a ser follada nuevamente en condiciones.
Nos vimos más veces, nos confesamos los detalles de cómo follábamos con nuestras mujeres, y fantaseábamos con nuestras experiencias.
De vez en cuando nos comíamos las pollas después de ponernos de cervezas.
En una de nuestras fiestecillas trazamos un plan…
No queríamos vernos a escondidas.
Estamos planteando a nuestras mujeres intercambio de parejas, y si todo sale bien, lo que parece muy probable, el siguiente y sutil paso, será descubrir ante nuestras mujeres nuestra bisexualidad.
Los cuatro, seguramente, seamos más felices a partir de entonces.
Estamos deseando que llegue ese momento grandioso.
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