Desde la primera vez en el salón de clases noté a dos chicos que compartían el mismo nombre: Juan, con la diferencia de que uno de ellos era Juan Bautista y así nos referiremos a él para distinguirlo. Compartían algo más que el nombre y eso era el gusto por la verga. No tenían empacho en mostrarse finos hablar abiertamente de su homosexualidad. Con el tiempo, la gente que me rodeaba comenzó a suponer situaciones con respecto a mi persona y una de ellas era mi posible homosexualidad igualmente. Nada negué cuando me lo llegaron a insinuar, pero tampoco confirmé cosa alguna. A mí me gustaban ambos jovencitos, desmadrosos y la vez dedicados a la escuela, atentos, guapos, llenos de energía y vitalidad, cercanos a mi edad y mis gustos, empáticos etcétera. Juan era de 160cm de alto; bajito. Rubio y delgado, aunque de facciones un poco gruesas del rostro. Lo contrario de Juan Bautista: muy delgado, moreno, 180 cm de alto y con rostro fino. A la primera semana ya me quedaba claro que yo le era atractivo a Juan y no tanto a Juan Bautista, aunque ambos, solos o con otros compañeros y compañeras, echaban relajo al respecto de mí. Les llegué escuchar varias veces haciéndose la burla de que yo le gustaba. A mí no me era indiferente. Pero era mi alumno, en mi primer empleo, con 17 años de edad y por supuesto que no me urgía. No me faltaban vergas o culitos que probar en esta nueva ciudad. De repente sí eran muy inquietantes y tensos mis momentos con Juan. Imagino que más cuando ambos andábamos con las hormonas a tope. Pasaron los 4 meses del primer periodo escolar y al aproximarse las evaluaciones noté que Juna faltaba a clases. Al poco tiempo supimos que se había roto el peroné. Juan Bautista era su enlace con la escuela, especialmente en cuanto a las evaluaciones pendientes de Juan. Pero un día por la noche recibí un mensaje. “Profe, gracias por exentarme de las evaluaciones que tenía pendientes con usted porque así me alivianó la materia, pero necesito ayuda y no sé a quién más recurrir”. Me asusté un poco y respondí: “Dime, Juan, estoy a tus órdenes y no tienes qué agradecer porque tuviste un muy buen desempeño en clases y todos los compañeros con igual desempeño también exentaron”. Respondió: “Estoy a punto de reprobar la materia de redacción por no entregar el guion de un documental y ya tengo todo hecho pero cuesta mucho escribir bien”. Como Juan estaba en recuperación, por supuesto que no lo iba a pedir que fuera a la escuela, así que quedamos por Messenger sobre cómo llegaría yo a su casa al siguiente día para trabajar toda la mañana. Algún impulso eléctrico me recorrió al pensar que esa visita podría ser morbosa, pero me contuve. No quería perder el control con un alumnito, aunque fuera muy bello. A la mañana siguiente, apenas dieron las 8 y comencé a alistarme. Me duché, me puse ropa cómoda y salí. En el camino compré unos panes y, al llegar, voy viendo como en revelación al hermoso Juan, abriendo su casa, en muletas, con la pierna vendada, pero sólo con un short puesto y sin camiseta, con su dorso brillante y terso, su pecho amplio y fuerte y su abdomen marcado, con esa exquisita línea de vellos que suelen verse del ombligo hacia el pubis oculto por el bóxer. Yo me quedé sin palabras, me saludó, se disculpó por abrir así la puerta, me invitó a pasar y, al sentarme en la sala, se fue a poner café para acompañar el pan que llevé y a ponerse una camiseta. Hasta estar ahí supe que compartía casa con Juan Bautista y Norma, una estudiante de otro grado. Juan me dijo que los otros chicos no estarían al haber ido a visitar a sus padres. Estuvimos trabajando bien concentrados hasta terminar, cerca de las 3 de la tarde. Al despedirme, me pidió que esperase un poco. Se levantó con sólo una muleta y de nuevo fue a la cocina. Después de unos minutos me grita. -Profe, ¿puede ayudarme a llevar las cosas? Entré y tomé un platón con sándwiches, así como por un par de vasos y una caguama helada que estaba sobre la mesa. Ambos nos regresamos a la sala y se sentó en el sofá al lado mío. Me hacía charla agradeciéndome por la ayuda y charlando de trivialidades. Pero yo tenía la verga dura. Durísima. Sentía que mi sangre hervía y me sentía culpable pues no había motivo alguno. Sólo sentía yo una atmósfera muy tensa sexualmente hablando. En uno de esos ratos, Juan forzó sus movimientos y tiró la cerveza sobre mí. Toda la camiseta me mojó y parte del pantalón. Me incorporé, reímos y quise irme pero sin molestarme. -No, espere, por favor, no puedo permitir esto- decía nervioso. -Descuida, al salir y caminar se secará con el sol y el viento- respondí medio exprimiendo la camiseta. -Espere- replicó, mientras iba y me traía una camiseta y un short de Juan Bautista que se acercaba más a mi talla. Me desnudé y me quedé en calzoncillos, que tenías una mancha de precum dado que hacía rato traía la verga muy dura. Se me quedó viendo en la mancha y directamente dijo –eso no lo mojé yo. Me armé de valor y le repliqué –sí lo hiciste tú porque me atiendes con muy poca ropa. Juan me miró a los ojos y simplemente tomó mi nuca con sus manos para acercarla a su rostro y comenzar a besarme. Qué bien besaba. Yo no me puse nada de ropa, al contrario, me quité la trusa y los calcetines para quedar bien desnudo. Mi verga estaba durísima en segundos y apuntando al techo, así como viscosa en extremo. Juan por fin tomó mi verga y comenzó a chaquetearla. Con sus manos, me la peló y me sobaba el glande resbaloso, causándome un placer hasta la locura que me hacía retorcer los ojos. Luego, con cuidado por la recuperación de su pierna, lo recosté bocarriba en el sofá y le quité la poca ropa que traía. Me volvió a sonreír su belleza pero esta vez pude contemplar su verga, del mismo tamaño de la mía, pero más gruesa, coronada de unos pocos vellos amarillos. Le besé todo. Me comí su boca, lengua y dientes, así como su rostro, cuellos y orejas, igualmente su pecho, abdomen y pubis, hasta que metí su verga mi boca y la abracé con mis labios a toda desesperación. Yo deseaba que ahí mismo me inundara de mecos. Su pito también lubricaba. Olía a una mezcla entre limpieza, semen de chaqueta mañanera y pijama de toda la noche. Ahí estuve un rato bien grande, mamando su delicioso pene. En algún momento, levantó la pierna que tenía bien, dejando su culo expuesto y sin pudor me dijo –cómete mi cola. Yo no lo pensé ni un segundo. Metí mi lengua entre sus nalgas y comencé a masajearlas con mis manos. Las tenía con mucho vello, pero de ése rubio que no se nota pero se siente al tacto. Tenía el culo limpio y ligeramente agrio. Pronto me acabé l sabor de estarle mamando ahí. Bajó las piernas y cada quien se masturbaba su propio chile. Era puro erotismo. Nos besábamos. De un segundo a otro su verga estaba en mis manos o viceversa; mis dedos estaban en su culo y viceversa. Honestamente, me encanta ser pasivo, pero en ese momento sentía el mayor de los impulsos por romperle el culo. Sentir cómo cede la resistencia del esfínter anal a la invasión de tu pito y aprovechar toda la presión que un culo adolescente puede ofrecer. Por fortuna se incorporó un poco y comenzó a mamar mis bolas que son muy grandes y bien caídas, para hacerme suspirar y gemir hasta que me metió mi verga a su boca y ya no sabía de mí. Locura y placer total. Estaba olvidando mis ganas de meterla para desear acabar en su boca cuando me la deja de mamar y me dice –profe, por favor, penétreme y hágame su mujercita. Juan, de tan rubio que era, estaba rojo del rostro por lo caliente que estaba. Sus ojos vidriosos parecía que querían llorar. Se mordía los labios y se humedecía los dedos con su saliva para pasarlos por su culo y seducirme con esa imagen. Con cuidado levanté sus piernas, mamé su ano de nuevo, puse saliva a mi verga y extendí el precum que tenía en la cabecita, y se la puse ahí. Hice presión. Recuerdo que fueron 2 empujones para que entrara por completo. Juan sólo suspiró y empezó a gemir. Estuvimos de misionero todo el tiempo que duré dentro suyo. Estiraba sus brazos y se esforzaba por alcanzar mis nalgas para hacer presión de mi pelvis contra sus nalgas. Yo miraba con excitación entrar y salir mi verga a pelo. Ni siquiera alguien pensó en los condones. Jun gemía, gritaba, se retorcía del placer y decía obscenidades sobre todo lo que le hacía sentir mi verga dentro. Absorto mantuve el ritmo. También yo besaba a Juan repetidamente y le chaqueteaba su verga. Él también se toaba ahí y se pellizcaba los pezones. De repente y de la nada; de un momento a otro y sin verlo venir, se acercó a nosotros otro cuerpo juvenil masturbándose. Era Juan Bautista desnudo, con un abdomen exquisito y una verga chueca de 18 cm entre sus manos bien babosa. Era obvio que nos había estado espiando y ya andaba muy caliente y no aguantó más. Ni Juan ni yo nos inmutamos. Seguimos disfrutando y ahora con un factor más de sabor. Juan Bautista se acercó al sofá y se acomodó de tal modo que Juan y yo podíamos intercalar nuestras bocas para mamarle su verga negra y babosa. Deliciosa. Pasó poco tiempo y Juan Bautista reventó los mecos que traía guardados, los mismos que Juan y yo recibimos en las bocas y terminamos por disfrutar en un beso de los tres. Pocos segundos luego de disfrutar el beso, me vine yo, dentro del culo de Juan pero dejé ahí mi verga dura porque me di cuenta que la necesitaba para venirse rico. Me la apretó con el culo y se masturbó frenéticamente. Al estarse viniendo, saqué mi pito de su ano y me comí el semen que aún salía de su chile mientras le mamaba la cabecita. Estando yo fuera de Juan, sentí como Juan Bautista recogía con su boca los restos de mi leche del culo de Juan para comerlos y terminó por limpiar mi verga morcillona. Los 3 nos tumbamos en el sofá, desnudos, exhaustos, apestando a sexo y con aliento a leche de cabrón. Nos tocábamos y reíamos. Yo bromeaba dándoles las gracias y ellos diciendo que querían más clases privadas. Me quedé con ellos toda la tarde y noche de ese día para seguir cogiendo. Gracias al evento, luego me fueron acercando más ricos alumnos de la escuela aunque no estuvieran en mi clase.
0 Comentarios