Iré directo al grano.
Cuando tenía 43, Ángel tenía 15, él estudiaba en una escuela de la gran Valencia mientras yo vivía en un pueblo de Mérida.
Yo casi había perdido los modismos de Mérida porque había vivido mucho tiempo en Valencia, pero volví a mi pueblo porque sentía que necesitaba paz.
Ahí estuve por unos años, viviendo tranquilo, cogiendo de vez en cuando a una que otra mujer y así, en el sembradío, me sentía bien.
De vez en cuando en diciembre o en vacaciones, mi hermano venía a visitarme con su familia.
Su esposa, y sus dos hijos varones; Alejandrito de 8 y Angelito de 15.
Generalmente pasaban unas dos semanas y se devolvían, pero esta vez, Angelito había salido de la escuela primaria y mi hermano estaba pensando en dármelo para que estudiase en un liceo de aquí de Mérida, porque se encontraba en una situación económica algo apretada.
Para mí no era problema alguno, pero aun nada estaba acordado, mientras, solo pasarían vacaciones desde julio hasta septiembre, y luego, decidiríamos, cuestión de que en ese tiempo, Angelito se sintiese cómodo.
Él es un niño delgadito, pálido, de cabello rizo negro, ojos marrones y yo, fornido por el trabajo con la tierra, de barba, quemado por el sol y ya.
— Hoy podemos ir al río, si quieres, Ángel, para que no te aburras en este encierro.
— No, tranquilo, tío, no estoy aburrido.
— ¿En serio?
— Sí, al menos ya estoy medio encontrando señal wifi.
— ¿Sí?
— Sí, estoy tratando de entrar a instagram.
— ¿Ya se usa instagram a los 15 años?
— ¿Sabes lo que es instagram?
— Claro, tampoco vivo en la época de las cavernas.
— Pero no sé cómo es tu usuario.
— Soy @alfrestrada.
Envíame un mensaje y te sigo.
— ¿Lo usas y todo? — preguntó sorprendido.
— Te estoy jodiendo.
O sea, sí tengo, ese es mi usuario, pero aquí en el pueblo no me preocupa mucho usarlo.
Como casi nadie sabe qué tan avanzada va la ciudad.
Muy pocos saben lo que son redes y eso.
De vaina y saben qué es facebook, pero hasta ahí.
— ¿Sabe qué? Ahora sí tengo como que ganas de ir al río.
En casa estaban mi hermano, su esposa y Alejandro.
A ellos también los invité pero no tenían muchas ganas.
Al final, solo fuimos Ángel y yo.
Al llegar a lo más alto del pueblo, tuvimos que bajar por un lugar bastante solitario, en el cual Ángel me preguntaba muchas cosas, del pueblo, de la gente, y esas cosas, al igual yo.
Al llegar, nos dimos cuenta que no había nadie en el río.
— Es raro.
Siempre viene gente.
Supongo que es por el frío.
— Sí; hay mucho frío.
Quiero tocar el agua.
Cuando nos desnudamos, me di cuenta por primera vez que mi sobrino me veía más de lo normal.
Es decir, uno se da cuenta de esas cosas, es increíble cómo podemos notar las ganas de otra persona hacia nosotros en cuestión de segundos.
Al final, no le presté mucha atención, y seguimos.
Primero nos sentamos en una pierda algo grande, metiendo los pies en el agua.
—Nagueboná de fría.
—dijo él.
—Muchacho, esas palabrotas tan grandes en esa boquita tan chiquita.
—JAJAJAJA, ay Dios, tío.
—Tranquilo, aunque voy a tener que lavarte esa boca muchachito —le decía yo, mientras jugaba con él agarrándolo por el cuello y echándole agua en la cara del río.
—Está muy fría tío, naguará.
JAJAJA.
—Ahhh bueno, para que cojas mínimo.
—le respondí.
—No mijo, yo no cojo ni mujeres jajaja —dijo, y por primera vez, me entró curiosidad.
— ¿Ah sí? —pregunté yo, cerciorándome de que no hubiera alguien cerca.
— Bueno, es un decir.
—quiso excusarse.
— Nada, nada, ya te echaste la paja; te gusta que te midan el aceite.
— ¿Cómo así? —preguntó extrañado.
—No vale, olvídalo.
Eres demasiado inocente.
—Si usted lo dice… ¿Y si nos bañamos de una?
Al lanzarlo al agua, me detuve un segundo a imaginarme a mi sobrino desnudito y mamándomelo.
Después, aunque intentaba deshacerme del pensamiento, no podía.
Comenzamos a bañarnos, y el agua estaba fría, entonces buscaba excusas para acercármele más a Ángel.
A veces lo abrazaba fuerte, mientras él intentaba zafarse, de manera que sintiera que yo ya tenía el guebo parado.
Obviamente lo notaba, pero no decía nada, así que le pregunté sobre las novias, y todo estaba ya dicho.
Era mariquísimo, y a mí, aunque tenía nervios, las ganas me estaban matando.
Así que llegó un momento en el que dije que iba a orinar, y antes de terminar, me di vuelta, como para que me viera el guebo, cosa que hizo.
Después, se sentenció solito.
— Naguará, usted sí lo tiene grande tío.
— ¿Qué? —pregunté, sin darle mucha importancia.
— Usted sabe.
—dijo, tímido.
Era mi oportunidad.
— ¿Hablas de esto? —pregunté mostrándole mi guebo.
Él simplemente asintió.
—No vale, sí eres exagerado.
No es tanto.
Ven pa que veas.
Mientras él se acercaba poco a poco, me excitaba más.
— ¿Te gusta? —le pregunté, mientras le ponía su mano sobre mi guebo.
Podía sentir su nerviosismo.
Volvió a asentir.
—Bueno, si tú quieres lo puedes probar, yo te dejo.
Eso sí, no puedes decirle a nadie.
—No respondía— ¿Lo entiendes?
—Sí, obvio.
— ¿Has hecho algo de esto antes?
— No… Sí me dicen cosas en la escuela mis compañeros… pero nada.
Me da algo de miedo.
— ¿Por qué? Al menos conmigo no tienes que tener miedo —decía yo mientras le masajeaba el cabello— conmigo no te pasará nada.
— Lo sé.
Podía casi sentir su respiración agitada, tenía nervios, nunca había hecho algo así, y yo, su tío, estaba corrompiéndolo.
A mí me daba nervios era que alguien llegara, pero nadie aparecía, así que asumí que no habría problemas.
Empecé a dejarlo que me hiciera la paja él solito.
Ninguno de los dos hablaba.
Intentaba verlo a la cara pero no se dejaba, y no quise incomodarlo así que lo dejé tranquilo.
Antes de que dijera algo, se agachó un poco y me chupó la punta del guebo, ¡qué vaina más rica nagueboná! Tenía semanas que no tiraba con alguien, así que ya la calentura estaba desplazando la razón de mí.
Poco a poco me excitaba más lo que estábamos haciendo.
Y levemente se me estaba pasando la poca ternura que tenía por mi sobrino y me estaban entrando las ganas de tratarlo como una putica, pero intenté controlarme.
— Intenta metértelo lo más que puedas, ¿sí? —preguntaba yo, mientras dirigía sus movimientos con mis manos puestas en su cabeza.
Él solo asentía.
Con una mano le agarraba la mandíbula y con la otra la frente, cuestión de abrirle bien la boca, mientras le metía el guebo hasta la garganta.
Él hacía lo que podía, pero no era suficiente, no se tragaba mi guebo completo.
No lo forcé más, para no aterrarlo.
Se lo sacaba de la boca y lo cacheteaba con él.
— ¿Te gusta el guebo mío? —inquirí.
— Sí —respondía él, con la lengua fuera.
— Entonces aprovéchalo, porque esto no es todos los días.
Por momentos me entraba el bestia y lo halaba del pelo duro y le metía el guebo hasta la garganta de golpe, luego me controlaba, luego me entraba el bestia de nuevo y le tapaba la nariz mientras me lo cogía por la boca, hasta que le faltaba un poco la respiración y lo soltaba.
Lo puse de pie y de espaldas.
Estábamos simplemente con un bóxer cada uno.
Era sumamente yo más alto que él, así que lo alcé un poco así como estaba, de espaldas, y comencé a besarle la oreja, produciendo un leve retorcimiento de su aparte.
Listo, ese era un punto débil.
Luego me cogió por sorpresa que se soltara y me dijera que mejor nos fuésemos.
— ¿Por qué?
— Sí, mejor vámonos.
Asentí, pero cuando me dio la espalda y caminó unos pasos aun dentro del río, me lancé hacia él y lo traje hacia mí.
— Shhh.
Calladito te ves más bonito.
No decía nada.
Al principio pensé que gritaría o algo, pero no, más bien mostraba como miedo, como si sintiera que lo iba a violar.
Cosa que haría, pero quería verlo disfrutar.
Me lo llevé cargado hacia una pierda y lo acosté, mientras le ordenaba que se quedara en silencio, así lo hizo.
Le dije también que cerrara los ojos y me hizo caso.
Y comencé en lo mío.
Le abrí las nalguitas después de bajarle los bóxers que tenía.
Eran blanquitas, como si nunca hubieran visto la luz del día.
Y obviamente lampiñas.
Se las masajeé un poco y me les acerqué, las olí, luego le mordí una y después la otra.
Se le notaba el miedo, y cuando sentía sus ganas de irse corriendo, lo retenía un poco.
Después, le di un chupetón de golpe justo en el huequito y se quedó inmóvil.
Le gustó.
Le di otro lametón y suspiró.
—¿Te gustó eso?
—Sí, sí, sí.
Le di una chupada un poco más prolongada.
Le abrí las nalgas con las dos manos y observé.
Mis manos tapaban casi por completo sus nalgas, cosa que me encanta sobremanera.
Me acerqué y le intenté meter la lengua lo más que pude.
Eso hizo que le diera un corrientazo dentro de sí, porque fue ahí cuando comenzó a retorcerse.
Seguidamente comencé a chuparle ese culo como si fuese el último culo que me comería en la vida.
Él estaba loquito de placer, tanto así, que hasta me agarraba del pelo.
Luego paré en seco.
—Ahora vete.
— ¿Por qué?
—Porque yo te lo digo.
Vete.
Así lo hizo.
Se fue.
Me senté en la piedra y medité un minuto.
Ya se me estaba pasando la excitación y me estaba llegando el arrepentimiento, justo cuando llegó Ángel de nuevo.
— ¿Qué te dije, Angelito?
No obtuve respuesta, en su lugar, Angelito se estaba acercando a mí, se subió a la piedra y se desnudó, se puso en cuatro y me pidió que se lo metiera, que por favor se lo metiera.
Quedé en silencio por un segundo.
Luego me reí porque esto era lo más extraño que me estuviera sucediendo en el mundo.
No perdí mucho tiempo en pensar, tampoco.
Me le fui encima y lo cargué hasta la tierra suave de la orilla del río, tampoco quería que se jodiera las rodillas.
Ahí, en la tierra que parecía arena, lo puse de boca abajo, dándome la espalda, mientras le mamaba el culito otro rato más, hasta que no aguanté y me eché saliva en el guebo.
— ¿Me va a doler? —preguntó un tanto ansioso, Angelito.
— Un poco, mi Angelito, pero tienes que aguantar.
¿Aguantarías por mí?
— Sí.
— Y no debes gritar.
— Está bien.
Le puse la cabeza en la entrada del culito e hice presión.
Al principio costaba un poco pero luego entró la punta de un solo coñazo, haciendo que Angelito golpeara la arenilla y que contrajera el culo, además de zafarse.
Lo calmé, hasta que lo volvimos a intentar.
Le eché la suficiente saliva como para que volviera a entrar un poco más fácil.
Y tenía razón, entraba más fácil.
Obviamente le dolía, pero eso a mí no me importaba, yo estaba en el cielo cuando se lo terminé de meter de un solo golpe.
— AAAAAAAAAYYYYYY.
Sáquemelo.
—Shhhh.
Haz silencio, que nos pueden oír.
Le tapé la boca con una mano y con la otra lo agarraba por el pecho para que se calmara y no se sacara el guebo mío del culo, que lo tenía todo metido y me lo apretaba bien rico.
Así comencé a metérselo y sacárselo poco a poco, y eso le dolía porque a cada embestida, hacía gestos de dolor e incomodidad.
A la mierda, ya se acostumbraría.
Después de unos minutos así, se lo saqué y me le ensalivé de nuevo, y esta vez entró más rápido, y hasta le generó algo de placer, porque lo notaba en su cara.
Seguimos así unos minutos más y después lo volteé para verle la cara, le puse sus piernitas en mis hombros.
Le eché más saliva en el culito y me ensalivé más el guebo y mientras le tapaba la boca, se lo empecé a meter lentamente, para ver qué cara ponía, y realmente ya le estaba gustando, porque no ponía mucha resistencia y no hacía muecas de dolor, al menos hasta que se lo metía todo y supongo que era porque le tocaba en algún lugar dentro de su cuerpito que le incomodaba.
Después de unos segundos así, le solté la mano de la boca y dejé que hablara, no lo hizo, en su lugar, comenzó a gemir un poco.
— Ahh ahh ahh.
— ¿Te gusta lo que te estoy haciendo, mi Angelito?
— Sí, sí me gusta, por favor no pare.
Y no paré.
Seguí metiéndoselo, y después me entró más el hombre animal que tenía dentro y lo empecé a besar por el cuello desenfrenadamente, a morderle las orejas y parte de su espalda, a agarrarlo duro por el pelo.
Y él solo me abrazaba, mientras le estaba dando su primera cogida, y la que sería la cogida del siglo para él.
Después me volví un poco más loco y le di unas cachetadas, mientras se lo metía duro durísimo.
— ¿Te gusta que te coja, ah? —lo cacheteaba.
Él asentía.
— ¿Te gusta que te lo meta todo y te trate como a una perra, ah? —lo cacheteaba de nuevo
—El volvía a asentir.
— ¿Te gusta que te meta el guebo hasta la patica, eh?
—Sí, sí —decía mientras cerraba los ojos.
Me levanté, cargándolo, y se agarró de mi cuello con sus dos manitas.
Así me lo cogí un buen rato, agarrándole el culo como si fuera un juguete, se lo medio levantaba y movía mis caderas a la par, haciendo que sonara a gloria jaja.
Fue cuando lo puse en cuatro y comencé a darle nalgadas como si estuviera molesto con él.
Me decía que le dolía y que no lo nalgueara más, pero yo más le daba.
No aguanté más y acabé dentro, dándole unas embestidas que nos tumbaron a ambos, quedando en la misma posición del principio, yo encima de él, él dándome la espalda.
Le di unos cuantos besitos en el cuello y me salí.
Ni siquiera me importó si él acabó, cosa que incluso aun dudaba por su edad, pero bue.
***
Llegamos a la casa, y él se bañó al igual que yo, nos preguntaron qué tal todo y él respondió que le encantó el río y que no veía la hora de volver a ir.
Yo me reí un poquito y cada quien tomó su sitio.
A las horas, entró al cuarto que yo tenía con cosas, herramientas, mesas y esas cosas.
Yo estaba en una mesa de esas tipo escritorio, donde parece que te puedes esconder debajo y solo te puede ver el que está detrás de la mesa, no el visitante, ¿saben de cuáles hablo? Bueno, se sentó encima de la mesa con toda la confiaza.
— ¿Te gustó lo que hicimos?
—Sí, pero venía a preguntarte cómo es que es tu usuario en instagram.
— Te dije que es @alfrestrada.
¿No lo habías anotado temprano?
—Bueno, sí, la verdad sí tío.
Me metí en mi cuenta que es ———— y busqué @alfrestrada, entré a tu perfil pero lo tienes bloqueado.
—Privado, querrás decir.
— ¿Por qué?
—Porque sí.
Pero, ve, ahora te acepto.
Si me envías un mensaje lindo.
— Ya eso lo hice.
Busqué mi celular y tenía una notificación.
Era un mensaje de él.
Lo vi a los ojos y me reí.
Entré a ver qué me había mandado y vi que era una foto del culo de él.
Me encantó.
— Ven acá —Le dije ofreciéndole mi pierna derecha para que se sentara.
Así lo hizo, pero seguidamente, se agachó y me bajé el short que tenía puesto, dejando al aire mi guebo entero.
Repentinamente entró mi hermano al cuartico y lancé a Ángel de una patada debajo de la mesa.
—Hey, ¿no has visto a Ángel?
—No, ¿por qué?
—Porque dejó su perfil abierto en mi teléfono y le llegó un mensaje.
En instagram.
—Ah… bueno… aquí no está.
Mi hermano salió.
Él mensaje era mío.
Le había enviado una respuesta a la foto que me mandó.
Le había dicho: “no veo la hora de romperte ese culito de nuevo” “[carita]” Eran dos mensajes.
Solo había visto uno, el ultimo, pero ¿y si abría el chat?
Escriban a instagram, aunque lo tengo privado, si escriben diciéndome que leyeron el relato, los puedo aceptar y les envío foto o screenshots de alguna conver.
Saludos.
2 Comentarios
Muy buena historia me gustó mucho espero más
ResponderBorrarCómo es tu foto en Instagram?
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