A mis 11 años, manoseado por el Padre Osvaldo (60 años)


Resulta que la escuela primaria la hice en una institución católica, allí tuve mi primera experiencia sexual.
Fue cuando tenía 11 años, con un sacerdote, el de la iglesia dueña del colegio.
El padre Osvaldo, era de esos sacerdotes veteranos, con algo de sobrepeso.
Calvo, con un poco de cabello negro en los costados de la cabeza y en su nuca.
Ojos marrones y piel blanca.

Siempre simpático, le caía bien a grandes y chicos, pese a tener sus 60 años.
El padre Osvaldo era el encargado de oficiar las misas de los domingos y, también, la de prepararnos a los niños del colegio para la primera comunión.
Si bien, como todos los que fuimos a una escuela católica, sabemos que ni los padres ni los niños éramos religiosos fanáticos.
Al pertenecer a la institución, todos los estudiantes debíamos tomar la primera comunión entre los 11 y los 12 años.

Con mis 11 años de edad, al padre Osvaldo lo conocía de vista, había ido con mi familia a algunas misas, y también lo había visto en algunos actos escolares.
Siempre se lo veía sonriente y saludando a todos, por eso caía bien.

Mis padres me habían anotado para iniciar las clases de catequesis para la primera comunión, es allí donde hablé por primera vez con el padre Osvaldo.

Eran las 18:20 de un martes, el tiempo era fresco porque estábamos en otoño.
Me encontraba parado frente a la puerta de la casa del sacerdote, al lado de la iglesia que (a su vez) estaba al lado de la escuela, me sentía un poco nervioso porque había llegado demasiado temprano a la primera clase de catequesis, ya que comenzarían a las 19.

Respiré profundo y me decidí a tocar la puerta.
Del otro lado se escuchó la voz de un hombre: "-Si? ¿Quién es?" preguntó.

Yo "- Mi nombre es Natzareno, vengo a la clase de catequesis" respondí con la voz temblorosa, con un poco de vergüenza por llegar más de media hora temprano.

Osvaldo"- Bueno, ya te abro.
" dijo el sacerdote y se escuchó el crujido de la puerta de madera que comenzaba a abrirse.
"- Haz venido muy temprano, la clase es a las 19.
Falta más de media hora".
Me dijo el anciano de 60 años mientras algo en sus ojos me llamaba la atención.
Es que el padre Osvaldo no me miraba a la cara, sino que me recorría todo el cuerpo con su mirada.
Me hizo sentir un poco incómodo.

Cuando tenía 11 años era un típico niño de clase media.
Bien alimentado, de esos llenitos que no tienen sobre peso, pero que tampoco son puro hueso.
De cabello castaño, ojos marrones claros, piel blanca, y el típico cuerpito de un nene de 11 años que esta por entrar en la pubertad.
Todavía tenía los rasgos típicos de la niñez, era un nene de rasgos redondos.
Lo que me daba curvas llamativas en la zona de mi cadera.
Reconozco que era bastante nalgoncito y de cola parada.
Aunque no era consciente del cuerpo que tenía, ni de lo que generaba eso en algunas personas.
Como el sacerdote.
Siempre fui bastante inocente de niño, me costaba entender todo lo relacionado al sexo.

Ese día, al salir de la escuela, cerca del mediodía, regresé a mi casa para comer algo y fui al club donde practicaba fútbol.
De allí, salí apurado hacia la clase con don Osvaldo.
Esa es la razón por la que, seguramente, me miraba el padre Osvaldo, pensé.
Es que traía puesta la camiseta y el pantaloncito corto con el que había entrenado.
Se notaba a leguas que estaba transpirado y sucio, pero a esa edad uno no anda pensando en ir a clase de catequesis con traje y corbata.

Yo "- Disculpe señor, vine del club directamente porque pensé que no llegaba".
Le dije al sacerdote con voz tímida debido a su persistente "mirada láser" que me recorría todo el cuerpo.

Osvaldo "- No hay problema, entiendo.
Dijo mientras notaba yo, que el señor Osvaldo, tragaba un poco de saliva, algo que me resultó un poco raro.
Es que, si bien siempre fui inocente, también era observador.
"- Ven, entra que hace frío, te vas a enfermar".
Me dijo, mientras me hacia una seña con su mano para que lo siga.

Me llamaba la atención que el padre Osvaldo no esté vestido con su típica sotana blanca, esa misma con la que solía dar las misas o visitar el colegio.
Se encontraba vestido con una bermuda verde y una camisa celeste.
Claro que, lógicamente, pensé que estaba en su casa y por eso no era necesario estar con su sotana.

Seguí al señor Osvaldo por un pasillo hasta donde había una especie de sala de estar, con dos sofás, una mesa ratona, y un televisor.
"- Por favor, deja tus cosas en donde quieras".
Me indicó.

Dejé mis cosas (mi mochila, con los útiles y algunos cuadernos) en la mesa ratona, frente al televisor.
"- Señor, ¿cuándo llegarán los demás?" Le consulté.
"- No sé, ya que esta es la primera clase de este grupo.
Pero todos suelen venir cinco minutos antes.
" Me respondió.
"Okey.
¿Le molesta si paso al baño?" le consulté.
"No, es más, si quieres bañarte, hazlo.
Te hará mal la mezcla del frío con el sudor.
¿Por qué no tienes un abrigo?" me preguntó.
Y me hizo recordar que, con la ansiedad de ir a la clase de catequesis, me había olvidado mi abrigo en el club.
“-¡Uhhhh! ¡Me lo olvidé en el club! ¡Que tonto soy! ¡Mi mamá me mata cuando se entere!" le respondí preocupado al hacerme recordar de mi abrigo.
"- Hahaha! No creo que se enoje mucho, si le explicas bien lo sucedido.
" me respondió acercándose a mí y tomándome los hombres desde atrás con sus manos, en señal de apoyo.
"- Es que ella es muy atenta a esas cosas y se enoja mucho.
" volví a decir preocupado.
"- En verdad, no creo que se enoje si le explicas lo sucedido.
Pero si tanto te preocupa su enojo, te puedo llevar con el auto al club para buscar tu abrigo, cuando termine la clase.
¿A qué hora cierra el club?" me consultó mientras yo notaba que su "señal de apoyo" iba tomando otra forma.

Es que el padre Osvaldo, con su simpática voz, me mostraba empatía y ofrecía su apoyo para que recupere mi abrigo y, así, no molestar a mi madre cuando regrese a casa.
Pero, por otro lado, mientras el sacerdote me decía eso, pude sentir cómo desde atrás, lentamente me abrazaba con sus brazos cruzando por delante mi cuello, y acercaba su cuerpo hacia mi espalda.
Podía sentir un bulto extraño que presionaba contra mi trasero pomposo de 11 años de edad, que sólo vestía un pantaloncito deportivo y un slip.
Una especie de "electricidad" recorrió mi cuerpo, no entendí nada.
El cuerpo del padre Osvaldo estaba pegado a mi espalda y su bulto, notoriamente duro, presionando contra el medio de mi culito.
Aunque ambos estábamos vestidos, por lo que no entendía bien si Osvaldo lo hacía a propósito o si era "algo de mi mente".

A esa edad, nunca me había hecho una paja, jamás me había masturbado.
Es que no hablábamos de esas cosas con mis amigos, éramos muy lentos para todo lo relacionado al sexo.
Nos interesaba más hablar de fútbol, de dragón ball, de los caballeros del zodíaco, y cosas como esas.

Yo "- Gracias, pero no quiero molestarlo.
" contesté a su oferta de llevarme en auto al club.

Osvaldo "- No es ninguna molestia, si lo fuera, no te lo ofrecería.
" me respondió el sacerdote mientras dejaba de abrazarme y se apartaba de mí.
"-Ahora acompáñame que te muestro el baño, así te das una ducha antes de que vengan tus compañeros".

Honestamente, aunque hoy me resulte estúpido, me resultó lógico bañarme en una casa ajena estando yo todo mugriento.
Y más lógico, por no decir "natural", me resultó bañarme en la casa de un sacerdote, a quiénes los católicos (por más o menos creyentes que seamos) considerábamos "hombres de Dios".
Es que en aquella época no se hablaba mucho de los abusos de los curas y esas cosas.
O, por lo menos, yo no había escuchado nada sobre ello.

Entrando al baño, vi un baño amplio.
Allí había un jacuzzi en una esquina, no había cortinas, todo estaba a la vista.
Hoy imagino que era porque don Osvaldo vivía solo y era un hombre mayor de edad y esas cosas estorban el paso.
"¿Cómo se usa esa cosa?!" le pregunté al sacerdote, sorprendido porque nunca había visto un jacuzzi.
"Ok, métete y te muestro.
" me dijo y se dirigió hacia el aparato, encendió el grifo del agua y comenzó a llenar la pileta con hidromasaje.
"- ¿Qué pasa? ¿No te vas a meter?" me dijo mientras se sentaba al borde de la pileta.
" -Emmm, okey.
".
Y me acerqué para meterme con la ropa puesta.
"- No Natzareno, ¿cómo te vas a meter con la ropa puesta?.
¿Tú te bañas así en tu casa?" me retó al ver que me iba a meter con la ropa puesta.
"- Pues.
No.
…" le contesté un poco avergonzado.
"- Entonces, quítatela.
Pues" me dijo mientras sentía que su "mirada de rayos X" me "escaneaba" todo el cuerpo.

Comencé a quitarme la camiseta que traía, dejando a la vista mi infantil torso completamente descubierto, bajo la mirada atenta de mi profesor de catequesis.
Noté que Osvaldo colocó su mano sobre el bulto que se marcaba en su bermuda y comenzó a sobarse "como simulando que le picaba".

Seguí quitándome la ropa, la situación me parecía rara, sabía que algo no estaba del todo bien con la mirada de Osvaldo, pero era mi profesor de catequesis.
¿Cómo podría pensar mal del sacerdote de mi colegio? ¡Si siempre me habían enseñado que él era un hombre de dios!

Terminé de quitarme el short de fútbol, sólo me faltaba el slip blanco que traía de bajo.
Se nota que estaba tardando mucho en bajarme el slip porque Osvaldo me apuró: "apúrate que vendrán los otros niños y ya no podrás bañarte" me dijo con su típica sonrisa.
"Es que.
" no pude terminar la frase porque me estaba poniendo rojo como un tomate de la pena que me daba, pero el padre Osvaldo leyó mi mente.
"Tranquilo Natzareno, no hay nada en tu cuerpo que no haya visto antes, el cuerpo humano es natural.
No tienes que tener vergüenza ante mí.
" De algún modo, sus palabras me tranquilizaron, en cierta forma sentí que tenía razón.

Algo en la situación, me producía una sensación que hoy describiría como “morbo”.
Nunca me había desnudado delante de adultos que no sean mis padres o el entrenador de fútbol, cuando me cambiaba para los partidos.
Esto era algo distinto, era yo solito delante del padre Osvaldo que “estudiaba” mi cuerpo con sus ojos.
Ese “morbo” me motivó a terminar de bajarme el calzoncillo, luego de las palabras de Osvaldo.

“-Métete ya, que no hay mucho tiempo, querido Natzareno” me apuró nuevamente el religioso, sin quitar su mirada de mi ingle desnuda.
En esa época mi pene no medía más de 7 centímetros en reposo, y unos 11 centímetros cuando se encontraba duro.
Con Osvaldo mirándome, mi pene estaba en estado intermedio.
Un “estado plástico”, donde mi tamaño era de unos 9 cm.
Mis huevitos eran rosados y lampiños, todavía no bajaban y, mi trasero, completamente pálido y pomposo.
Redondo y bien parado, realmente de niño tenía un trasero que llamaba la atención.

Me metí en la pileta del jacuzzi, allí Osvaldo configuró el aparato para que me dé un hidromasaje y se puso un poco de shampoo en las manos y comenzó a fregarme el pelo con sus manos.
Me encontraba sentado, desnudo en el jacuzzi, y el padre Osvaldo sentado detrás de mí, en el borde del jacuzzi, enjabonándome el cabello.
En situaciones normales, con mis 11 años, no me hubiera dejado tocar por nadie, era inocente pero muy independiente.
Me gustaba bañarme solo y hacer las cosas por mí mismo.
Pero me encontraba en la casa de Osvaldo, una persona admirada por todos los que yo conocía.
Eso por ser el sacerdote de la escuela religiosa a la que asistía.

“Me quitaré la ropa para no mojarme.
” Dijo Osvaldo como si no hubiera nada raro en eso.
“-Padre, si quiere me baño solo…” le dije tímidamente al padre Osvaldo, pero pareciera que no escuchó (o hizo como que no escuchó) porque se puso de pie y se quitó la camisa celeste que traía y su bermuda… ¡Me sorprendí sobremanera al ver que el padre Osvaldo no traía ropa interior y se había quedado completamente desnudo!
Luego de dejar su ropa colgada en un gancho que había al lado del jacuzzi, el señor Osvaldo se sentó en el borde de la pileta, esta vez con sus pies dentro de la misma, detrás de mí.
Dejando sus piernas en cada uno de mis costados y su pene a centímetros de mi nuca.
El sacerdote agarró un jabón y comenzó a enjabonarme la espalda y los hombros.
“-¿Te gusta cómo te masajea el agua?” me preguntó el anciano.
“-Si…” contesté tímidamente porque no entendía del todo cómo llegué a estar desnudo y sentado en ese jacuzzi, con un anciano sentado detrás de mí, que me estaba pasando un jabón por todo el cuerpo.

Me sentía realmente superado por la situación, es como que no quería que el anciano me bañe como si fuera un niño pequeño.
Pero, a su vez, el respeto que le tenía me impedía contradecirlo.
El anciano me pasaba el jabón con su mano derecha, con la misma me enjabonaba todo el cuerpo.
Con su mano izquierda, aunque no veía lo que hacía, podía sentir que se tocaba su pene y que hacía movimientos que no lograba entender del todo.
Por momentos sentía que algo me rozaba la nuca, pensaba que era su mano izquierda…
“-Hijo, ponte de pie” me dijo entre suspiros el señor Osvaldo.
Accedí a su pedido sin decir nada, me puse de pie, todavía de espaldas a él que seguía sentado en el borde de la pileta del jacuzzi.
El padre Osvaldo me tomó de la cadera y acercó mi trasero hacia él.
Quedando yo parado entre sus piernas, con su pene a la altura de mi pálido y lampiño traserito de 11 años.
“-Tienes un hermoso cuerpito, deja que te termino de pasar el jabón” me dijo agitado porque se seguía tocando el pene con su mano izquierda.
“Abre un poco más las piernas, Belleza” me dijo y comenzó a pasarme el jabón por mi culito, y por debajo de mis piernas, su rasposa mano rozaba con mi piel suave.
A mí, no me gustó que me diga “belleza”, pero algo en mí me decía que me deje llevar por el momento.

Habían pasado unos 15 minutos entre que llegué a casa de don Osvaldo y el momento en que Osvaldo me “enjabonaba” mi suave y lampiña sexualidad.
No me di cuenta cuando Osvaldo dejó el jabón y comenzó a tocarme todo el cuerpo con su mano.
Era como si me acariciara por todos lados, mis hombros, mis brazos, mi espalda, mi cadera y mis piernas.
Por momentos sentía cómo me manoseaba mi culito.
Yo no sabía qué hacer, si quedarme o salir corriendo, mi mente me decía “que me deje estar, que algo interesante pasaría”.

Sentí el momento en que un líquido tibio hizo contacto por detrás de mis piernas.
Osvaldo rápidamente tomó agua de la pileta con sus manos y me limpió antes de que yo mire lo que me había caído.
Era el semen de Osvaldo que se había terminado de masturbar y me había lanzado su esperma en mis pequeñas piernas de niño de 11 años.

“-Bien querido, ya estás muy limpio” ahora vístete.
El anciano se puso de pie, y me dio una toalla que había colgada en la pared.
Él también se vistió rápido.
Ni bien terminamos de vestirnos, sonó el timbre.
Era otro niño que también venía a la clase de catequesis.
“-Cuando terminemos la clase, te llevaré al club para que vayas por tu abrigo” me dijo el sacerdote antes de salir del baño.

En la clase de catequesis éramos unos 25 niños, todos comenzaron a llegar sobre la hora.
El único que llegó temprano (por no decir que demasiado temprano) fui yo.
Por mi cabeza no podía dejar de pensar en lo que había vivido minutos antes.
Aquel anciano que nos daba la clase, me había manoseado todo el cuerpo cuando todavía no había llegado nadie más.
Mi cabeza no procesaba lo sucedido, no sabía si sentirme especial o si sentirme enojado.
Osvaldo nos hablaba a todos normalmente, como si no hubiera pasado nada.
Eso me tenía más confundido aún.

“Bueno chicos, la semana que viene nos vemos a la misma hora, por favor, sean puntuales” dijo el padre Osvaldo y comenzaron a retirarse todos los chicos.
“Natzareno, no te vayas que tenemos que ir a buscar tu abrigo al club” me recordó Osvaldo.
Así que me quedé sentado mientras los demás se iban.

Cuando se fue el último, el padre Osvaldo, me llamó desde la puerta de su casa para que vaya con él.
“Natzareno, trae tus cosas que vamos al club”.
“¡Ya voy!”, agarré mi mochila y salí corriendo hacia donde estaba Osvaldo.
“Sube al auto” me dijo.

El padre Osvaldo tenía un auto amplio, de esos viejos que tienen mucho espacio dentro.
Mientras el padre manejaba, colocó su mano derecha sobre mi rodilla izquierda, y manejaba con su mano izquierda.
“Tranquilo Natzarenito, vamos rápido así buscas donde lo dejaste…”.
“Gracias padre” le contesté y sentí cómo su mano se deslizaba por debajo de mi short de futbol y entraba en contacto con mi calzoncillo.
El padre me estaba tocando mi pequeño bultito por sobre mi slip, con la mano que introdujo por la pierna de mi short.
Era obvio que mi cabeza no sabía qué decir, no sabía si preguntarle al padre por qué me tocaba, o si quedarme callado y dejar que el padre haga lo que quiera conmigo.

“¿Es aquí?” me preguntó el padre.
“¿Qué cosa es aquí?” le pregunté distraído porque el padre seguía con su mano jugando con mi slip.
“El club, Natzareno.
El club.
” “Si, es aquí.
Voy a buscar mi abrigo” le dije al padre y me bajé del auto corriendo hacia el club que seguía abierto ya que de noche entrenan los mayores.
Mi abrigo seguía donde lo dejé, debajo de un asiento al costado de la cancha.

Regresé hacia la entrada del club, el auto del padre seguía ahí.
El señor Osvaldo estaba “lamiendo” su mano derecha, esa con la que me estaba tocando mi bultito durante el viaje.
Me quedé impactado con lo que veía, fueron unos segundos donde veía a Osvaldo olerse su mano y lamerla.
Una situación que sumaba a todo lo que no entendía y mi estado de confusión aumentaba.

Me acerqué al auto, Osvaldo me vio y simuló que estaba rascándose la barbilla.
“Lo encontré, estaba donde lo dejé…” le comenté.
“¡Qué bueno! Sube que te llevo a tu casa…” Me dijo el sacerdote.

Mi casa quedaba relativamente cerca, pero el padre Osvaldo manejaba su vehículo muy despacio, como queriendo alargar el viaje hasta el último minuto.
Al llegar a mi casa, el padre Osvaldo se inclinó hacia mí, que me encontraba sentado en el asiento del acompañante, y me besó en la cabeza saludándome con un “nos vemos la semana que viene”.



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