Una cena de antiguos alumnos, mi primera vez🔥
HacÃa al menos quince años que no nos veÃamos.
No tenÃa ni idea de quien acudirÃa a aquella estúpida cena de antiguos alumnos del colegio de los hermanos maristas de Valladolid.
No suelo acudir a ese tipo de actos, me aburren soberanamente, pero la insistencia de LucÃa eran tus amigos… esos reencuentros son bonitos me hizo claudicar.
Desde que nos mudamos a Madrid apenas habÃamos tenido contacto con ninguno de mis antiguos compañeros, algunos de los cuales me resultaron casi irreconocibles.
TenÃamos 35 años, pero la mayorÃa de ellos estaban muy avejentados y parecÃan haber superado sobradamente la cuarentena.
Nos sentÃamos los más jóvenes de la fiesta.
LucÃa estaba resplandeciente y parecÃa imposible que tuviera la misma edad que las mujeres de mis compañeros.
Sus miradas se clavaban en ella y eso hacÃa que me sintiera halagado y celoso al mismo tiempo.
Félix, uno de los pocos que acudió solo se sentó frente a mi.
Con todo aquel ruido apenas podÃamos hablar pero me llamó la atención que apenas dirigiera su mirada a mi mujer.
Nada más terminar el segundo plato mi vejiga me pidió ir al baño.
Segundos después entro Félix.
– Estas fiestas son aburridÃsimas. – Tienes razón.
No le di mayor importancia pero ya entonces me pareció notar que Félix no dejaba de mirarme indiscretamente mientras yo me aliviaba.
Aunque aquello no tenÃa mucha pinta de mejorar el grupo decidió proseguir la fiesta en una conocida discoteca.
A LucÃa le encanta bailar asà que no conseguà que nos escaqueáramos.
Uno tras otro, mis antiguos compañeros se la disputaban para bailar.
El volumen de la música apenas me dejaba escuchar lo que Félix no paraba de contarme.
Quieres que nos hagamos una raya me grito al oÃdo.
Asentà a pesar de no estar muy seguro de lo que me habÃa propuesto y me hizo un gesto para que le siguiera hasta el baño.
Aquello era otra cosa, estaba mucho más tranquilo.
Sacó un trozo de papel de su cartera y dispuso dos rayas sobre su tarjeta de crédito.
Nos las metimos y noté que mis pulmones se ensanchaban.
Recogió los restos de polvo con su dedo y me hizo un gesto para que abriera la boca.
Metió su dedo en mi boca y refrotó mis encÃas.
Me tomó por la nuca y me besó con violencia.
Todo sucedÃa muy rápido y yo no entendÃa nada. ¿Qué haces? le dije.
Jamás habÃa besado a un hombre, jamás habÃa fantaseado con un hombre.
Me sentà ofendido.
No dijo nada y me besó de nuevo, desafiante. Intenté zafarme de él y noté como su mano se aferraba a mi entrepierna.
– ¿Qué estas haciendo? Pregunté airado mientras intentaba alejarme. – Cállate.
A pesar de mis reticencias me empujó hasta uno de los váteres.
Sin dejar de acariciarme se inclinó poniendo su rostro frente a mi bragueta.
Comenzó a besarme, a través de los pantalones.
Yo balbuceaba sin demasiada convicción que me dejara en paz.
Desabrochó mis pantalones y frotó su rostro contra mis calzoncillos. Inexplicablemente yo me dejé hacer.
Dejó mi miembro flácido al descubierto y comenzó a lamerlo.
Besaba mis testÃculos sin dejar de acariciarme hacerme crecer.
Estaba confuso pero fue en ese momento cuando tuve la certeza de que no querÃa parar.
Le sujeté la cabeza y comencé a moverme dentro de su boca.
Se detuvo.
Extrajo otra papelina de su bolsillo, manchó de blanco la punta de su lengua y comenzó a lamerme nuevamente.
Sentà mi polla deseando reventar, ardiendo.
Mis embestidas se hicieron más violentas, incontenibles.
Intentó penetrarme con un dedo ¡qué haces! pensé. No dije nada.
Seguà moviéndome cada vez más alocadamente hasta que exploté en su boca.
TenÃa la boca y la barbilla llena de semen, me habÃa exprimido completamente pero yo no podÃa parar a pesar de que el placer comenzaba a convertirse en dolor.
Retiró su boca lentamente dejando caer mi miembro flácido. Se levantó y me besó.
Nunca antes habÃa probado el sabor de mi propio semen. Ahora te toca a ti, susurró. ¿Qué dices?, respondÃ.
Llevó mi mano hasta su entrepierna y noté un enorme bulto duro.
No pensarás que esto se va a quedar asà verdad?. Pero qué dices? dije indignado.
Yo me largo. Pero no parecÃa entender mis palabras, no dejaba de sonreÃr.
Desabrochó sus pantalones y cayeron al suelo.
Sus calzoncillos estaban a punto de saltar por los aires.
Aquella visión me perturbó.
Me abalancé sobre ellos y comencé a besarle.
Mi lengua luchaba por atravesar aquel pedazo de tela.
Aquello no tenÃa nada que ver con lo que me habÃa parecido intuir en los servicios del restaurante.
Su miembro doblaba en tamaño al mÃo.
Estaba erguido, mirándome a los ojos, apuntándome como un cohete.
Estaba depilado.
Sujetó mi cabeza con sus manos mientras me decÃa cómemela.
Me volvà loco.
Le masturbaba y besaba a la vez.
Sus testÃculos hinchados entraban y salÃan de mi boca. Su pene se restregaba por mi cara.
Chupé y chupé con todas mis fuerzas.
Cada gemido de placer era recibido como una orden para que siguiera, para que me superara.
QuerÃa verle estallar, querÃa beber su semen, querÃa sentirme como una puta.
Me ordenó que me levantara, que me diera la vuelta.
No entendÃa pero obedecÃa.
Noté su polla a la entrada de mi culo.
Era imposible que aquella estaca me penetrara.
TenÃa un grosor descomunal.
No dijo nada, noté cómo comenzaba a empujar.
Yo ardÃa.
Fue un dolor indescriptible pero yo le pedÃa más. Grité.
Mi aullido debió escucharse en toda la discoteca. Me tapó la boca con su mano.
Yo chupaba sus dedos.
Aquello parecÃa retumbar.
Félix follaba como un animal, los dos nos sentÃamos dominados por aquella polla incandescente.
Le sentÃa jadear tras mi nuca. Se quedó en silencio.
Supe que se iba a correr. Me zafé de él y me lancé como un poseso sobre su miembro enrojecido.
Estalló en mi cara, inundó mi boca. Me relamÃa. HabÃa sangre entre mis piernas.
Nos vestimos.
No sabÃa cuánto el tiempo que habÃa pasado.
LucÃa bailaba con Miguel y Félix no decÃa nada.
Han pasado seis meses.
No he vuelto a ver a Félix.
LucÃa y yo hacemos el amor todas las noches pero no puedo sacarme de la cabeza aquella noche.
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