El profesor (Parte 2) 🔥
La culpa era tremenda y me sentÃa el peor ser humano del mundo. Ese dÃa me habÃa comportado como un animal siguiendo sus más bajos instintos y me repudiaba. El domingo me levanté temprano y fui a la iglesia en un vano intento de arrepentimiento. Pero, aun asÃ, no podÃa sacarme lo placentero y reconfortante que habÃa sido todo.
Cuando llegué a la clase ese dÃa, no fui capaz de mirarlo a la cara. Él estaba como si nada, conversando y riendo con sus demás compañeros, mientras yo me sentÃa podrido por dentro. Apenas abrà el libro de clases coloqué la corrección de su calificación, añadiendo algunos puntos más extras. Me sentà completamente incómodo dictando la clase, siempre procurando no hacer contacto visual con él. En los minutos de silencio me preguntaba si ya se sentÃa mejor, o si sus padres le habrÃan preguntado algo sobre esa tarde.
Cuando llegaba a esos recuerdos intentaba borrarlos y cambiar de tema en mi mente, porque automáticamente mi pene cobraba vida dentro de mis boxers. En la noche habÃa vuelto a rememorar esa tarde y habÃa despertado con mis calzoncillos húmedos. Me sentà muy avergonzado por eso. ParecÃa un pre púber en esas situaciones. No me di cuenta cuando el timbre sonó y comenzaron a retirarse. Levanté la cabeza y le pedà a Rocco que se quedara.
-¿Estas bien? –fue lo primero que le pregunté.
-Sà –respondió.
-Quiero… quiero decirte que lo lamento –solté-. Me comporté como un animal y… Yo no soy asÃ. Estoy muy presionado y… Bueno. Lo lamento. No volverá a ocurrir.
Tomé mis cosas y salà del lugar. Por suerte era la última clase del dÃa. Me sentÃa horrible, pero debÃa disculparme. Se lo merecÃa. Llegué a la casa y me desplomé en la cama. SentÃa un peso menos al haberle dicho lo que sentÃa, pero la culpa no se iba. Respiré profundo y fui al hospital a ver a mi abuela. Mis distraje hablando con ella. Estar con ella era una inyección de tranquilidad y paz impresionante. Me contó algunos chismes del hospital y yo le hablé de mi trabajo y de lo sucedido con mi ex. Ella me aconsejó que por ningún motivo volviera con él, que yo merecÃa algo mucho mejor. Le besé la frente en agradecimiento. Aunque después de lo que hice con Rocco, no estaba seguro de si tenÃa razón.
Me fui cuando el horario de visitas terminó, y me quedé un poco más relajado al ver que ella se veÃa mejor que antes. Llegué a la casa y comencé a planear los temas que verÃamos el dÃa de mañana, pues ya era mitad de semestre y era hora de una reunión de padres. TenÃamos que hablar sobre la gira de estudios pues ya era el último año de los chicos, y dar un adelanto de las calificaciones. También habÃa una charla sobre las universidades y sobre dejar a sus hijos elegir las carreras que ellos quieran. Se venÃa un dÃa largo.
Al otro dÃa, Rocco se me acercó durante la hora de descanso. A pesar de la incomodidad que sentÃa, intenté mantener la compostura y mostrarme como lo que yo era: un profesor. Se veÃa un poco decaÃdo y avergonzado, y comencé a preocuparme.
-¿Qué sucede? –le pregunté.
-Necesito ayuda –dijo. Un escalofrÃo recorrió mi cuerpo. «¿QuerÃa que volviera a ayudarle con alguna calificación?» me pregunté. «Pero si no he hecho ningún examen nuevo» me respondÃ.
-¿Ayuda con qué? –le pregunté con miedo de escuchar la respuesta.
-Con matemáticas –respondió. Respiré aliviado-. Tengo muchos problemas con esa asignatura.
-¿Problemas con el profesor? –pregunté.
-No. Es sólo que no entiendo –dijo.
-Bueno, pero no puedo hacer nada al respecto –contesté-. Eso lo tienes que ver tú mediante estudio, o preguntándole a él directamente.
-Ya lo hice, pero me fue mal en el último examen –Creo que comenzaba a prever a donde iba esto-. Y querÃa que me ayudara a subir esa calificación, por favor.
-¿Qué? ¿Me estas tomando el pelo? –Estaba enfadado. ¿No le bastó con lo anterior? Aún me sentÃa asqueado conmigo mismo-. No sabes lo que me estas pidiendo… yo… Yo no puedo hacerlo.
-Pero…-.
-Rocco…-.
-Mi papá –comenzó-, usted no sabe cómo se pone.
-Lo lamento, Rocco, esto sobrepasa los lÃmites –intentó rechistar pero lo eché de la oficina-. Tienes que comenzar a hacerte cargo de tus estudios, Rocco. Ya eres bastante grandecito.
Ese chico de verdad que estaba mal de la cabeza. Su nivel de procrastinarÃan era impresionante, y no entendÃa cómo tenÃa el valor de venir a mi después de lo que le hice. Volvà a pensar eso que pasó por mi mente hace unos dÃas. ¿Será tan malo el padre de Rocco? Salà de la oficina y lo divisé en una banca, solo. Caminé hacia él y le pregunté si su padre vendrÃa a la reunión.
-Sà –respondió. Creo hablaré con él después de la reunión. Necesitaba averiguar si era verdad lo que Rocco decÃa.
La tarde pasó y los padres comenzaron a llegar. No me habÃa acordado hasta que lo vi; ya habÃa visto su cara en la reunión que hubo previo a las vacaciones de invierno. Un hombre alto con bigote y barba estilo candado. Cabello castaño, con unas cuantas canas en las sienes. Ojos café claros y severos, que contrastaban con la sonrisa simpática que tenÃa.
-… por eso es importante dejarlos elegir a ellos –decÃa en medio de la reunión-. Es algo que, posiblemente, hagan durante toda su vida. Es esencial que ellos elijan lo que quieren para ellos, de lo contrario, los tendrán viviendo una vida miserable. Una vida ajena.
-Lo importante es que tengan con qué vivir –opinó uno de los apoderados-. La vida no es un cuento de hadas. Se necesita dinero para sobrevivir. Por eso es importante que elijan una carrera que les de dinero.
-Es cierto que el dinero es importante –dije-, pero no es la parte fundamental. Yo no estoy educando niños para que sean unos frustrados el dÃa de mañana. No quiero un doctor que no ama lo que hace y que me atienda sin la vocación necesaria. Además, no es necesario ser millonario para ser feliz. Muchas de las carreras que ustedes reniegan le dan perfecto para vivir, quizás no con grandes lujos, pero si para tener lo necesario.
-Pero hay quienes idealizan mucho las cosas, profesor –decÃa otro apoderado-. No toman en serio su futuro.
-A los 18 años ¿Quién lo toma? –pregunté-. Es ahà donde intervienen ustedes, pero no obligándolos a hacer las cosas, sino guiándolos y aconsejándolos. Y, si su hijo no quiere ir a la universidad, a lo mejor es necesario darle un tiempo. No todos saben que quieren hacer para toda su vida a los 18 años. Y, si aun asà no quiere, pues déjelo. No todos nacen para ser universitarios.
La charla se mantuvo por un tiempo más y concluyó con la entrega de las calificaciones parciales. El padre de Rocco abrió los ojos muy disgustado por lo que veÃa. La sonrisa simpática se borró y apareció un gesto que erizó mi piel. Cuando ya fue la hora de irse, lo llamé un momento para hablar sobre su hijo.
-Aún falta para que se cierre el semestre –lo tranquilicé.
-Usted no sabe lo difÃcil que es hacerle entender a ese chico –dijo-. Le pedà que se pusiera las pilas para no repetir el año nuevamente, pero no me hace caso.
-Lo intenta –le dije-. Varias veces ha venido para que lo ayude.
-SÃ, algo vi –contestó de forma cortante-. Pero no quiero ventajas ni ayudas. Quiero que él se esfuerce. Quiero que entienda la vida no es fácil y que hay que esforzarse. Quiero que se haga hombre y se comporte como tal. Yo trabajaba, estudiaba, y cuidaba a mis hermanos, y logré terminar el colegio. Él lo tiene todo más fácil, sólo trabaja media tarde. Creo que fue mala idea darle permiso para que fuera al gym.
-¿Rocco trabaja? –pregunté sorprendido.
-Desde los 15 –dijo con orgullo-. Yo no crÃo vagos. Ya le dije que quiero que se haga hombre.
-Yo… no creo que se lo correcto –observé. Me miró con desdén.
-No me interesa lo que usted crea –se levantó-. Quizás lo que le falta es mano dura aquà también -Acto seguido, salió del salón dejándome completamente impactado.
Al otro dÃa llegué con la intención de hablar seriamente con Rocco. La conversación con su padre me habÃa hecho pensar demasiado y tenÃa varias preguntas en mi cabeza. Cuando lo vi entrar sentà un sacudón en mi interior. Su labio inferior estaba muy hinchado y con un horrible corte. Me acerqué a su puesto y le pedà explicaciones.
-Tuve un accidente en el gym –dijo.
-Rocco, dime la verdad –exigà buscando sus ojos.
-Déjelo asÃ, ¿ok? –respondió. Intenté discutirle pero el salón estaba casi repleto y comenzaba a ser una extraña escena.
Me fui a mi escritorio y oà cómo le decÃa a su compañero de banco el supuesto “accidente” que habrÃa tenido en el gym. Yo sabÃa que no era asà y estaba dispuesto a escucharlo de su boca. No sé si era la culpa que aún estaba en mi sistema, o simplemente era mi cariño de profesor, o quizás las dos. Pero iba a llegar al fondo de todo esto, y creo que ya tenÃa una teorÃa bastante cercana a la realidad. El timbre sonó y le dije a Rocco que se quedara. Cerré la puerta con pestillo para que nadie entrara por sorpresa.
-Quiero que me digas todo lo que pasa –le exigÃ.
-No se meta donde no lo llaman, profesor –dijo.
-Rocco, no te pongas a la defensiva. Intento ayudarte –le dije con la mejor de las intenciones.
-No quiero su ayuda –Intentó caminar hacia la puerta, pero lo tomé del brazo.
-No la quieres, pero la necesitas –Lo acerqué a mà y le miré el labio-. Fue tu papá, ¿verdad?
-Sà –dijo bajando la vista-. Pero ya se solucionará.
-Estás perdiendo el año asà como vas –le dije-. Esto no se solucionará pronto. ¿Siempre hace lo mismo?
-Sà –contestó-. La cicatriz en la ceja fue luego de que entregaran mis calificaciones al final del primer semestre. Tengo algunos moretones en la espalda que ya están desapareciendo, que fueron por algunas calificaciones de matemáticas e inglés. Al costado tengo cicatrices de cuando estaba en el otro colegio.
-¿Por qué te cambiaste? –le pregunté-. La verdad.
-Porque comenzaron a sospechar –respondió-. Papá prefirió cambiarse de casa y trasladarme antes de que averiguaran más.
-¿No estudias por el trabajo? –abrió los ojos sorprendidos-. Tu papá me contó.
-SÃ, en parte –contestó-. Debo admitir que igual soy un poco lento de mente.
-¿Por qué vas al gym? Pudiste aprovechar ese tiempo para estudiar.
-Porque lo necesitaba –respondió energético-. TenÃa que desahogarme, liberar energÃa. SentÃa que iba a explotar si no hacÃa algo al respecto. PreferÃa eso a que me fuera bien en el colegio. Usted no sabe lo que se siente vivir en esa casa, ni siquiera puedo expresar una opinión. Necesitaba desahogarme de alguna forma o me desquitarÃa con él. Y sà lo hacÃa, me echarÃa de la casa, y dejarÃa a mi madre sola con él. Lo único que me inspira a intentar sacas buenas calificaciones es ella, sólo por ella lo hago.
-¿Y por qué no hiciste el informe que te mandé a hacer? –pregunté.
-Porque él lo rompió – dijo cabizbajo.
-Me lo imaginé –mordà mis dientes por la rabia-. ¿Por qué no me dijiste? Pude haberte ayudado de otra forma…
-No querÃa armar más problemas –contestó.
La culpa volvió a mà como si fuera un imán para ella. Yo lo traté pésimo debido a ese informe, y ahora sabÃa la razón real del porqué no lo habÃa hecho. Soy una bestia.
-Por favor, no se ponga asà –dijo mirándome con una media sonrisa. Él sabÃa por lo que me lamentaba.
-Yo… Me siento pésimo –le dije casi al borde del llanto-. No debÃ…
-Usted no sabÃa –interrumpió.
-Aun asÃ, no debà –Me sentÃa horrible-. Soy una persona horrible.
-No, no lo es. Usted es el único que se ha preocupado por mÃ. Es el único que invierte tiempo en explicarme detenidamente las clases. Fue el único que me ayudó.
-Pero esa vez…
-Yo me lo busqué –dijo.
-Fue culpa mÃa –refuté.
-Y parte mÃa –dijo-. Yo lo forcé a eso. No soy un niño ¿sabe? SabÃa perfectamente lo que decÃa y la forma en que lo decÃa. Usted fue el único profesor con el que me atrevà a llegar a tal punto. Creo que lo decidà ese dÃa que lo vi en la plaza con ese hombre, aunque lo sabÃa desde antes. En el fondo querÃa estar con usted, sentÃa cosas por usted. Pero me negaba y me enojaba por eso. Y lo empeoré todo con las constantes discusiones que tenÃamos en clases. Cuando lo vi con él, supe que habÃa una oportunidad. La ayuda que le pedÃ, iba con esa segunda intención.
-Pero fue horrible –le dije un poco mareado por tanta información.
-Al principio no fue cómo lo planeé, y era porque una parte de mà aún luchaba por negarse a lo que hacÃa, porque no era lo “correcto”. Por esa razón lo provocaba y lo hacÃa enfadar, porque si era a la fuerza no podrÃa resistirme. Yo sólo me empujé a eso.
-Rocco…
-Déjeme aceptar parte de la culpa, profesor -me interrumpió-. Quizás fÃsicamente parezca de 15, pero ya tengo los 18, soy un adulto. Usted no hizo nada que yo no pudiera evitar.
-Pude haber sido un poco más suave si…-.
-Lo sé, y lo perdono por eso si es lo que quiere. Lo perdono, de verdad. Pero deje esos sentimientos atrás ¿ok? Yo… -comenzó a caminar y a sonreÃr como loco-. Yo me siento bien. Feliz. Me saqué un enorme peso de encima.
Y, sin decir nada más, me besó. Quedé completamente desconcertado, pero se lo correspondÃ. A la mierda todo, ese chico me tenÃa loco. Pero, con el dolor de mi corazón, tuve que separarme de él. No era el lugar apropiado.
-¿Puedes ir a mi casa hoy? –le pregunté.
-SÃ. Faltaré al Gym –contestó.
-Nos vemos ahà –le dije mientras abrÃa la puerta y lo dejaba ir.
Cerré y me senté. Me sentÃa drogado. Todo habÃa sido demasiado intenso. Hace siglos que no me sentÃa tan bien y lleno de vitalidad. Él me daba vitalidad. HabÃa dado luz a mi corazón y me estaba volviendo hacer el hombre radiante de antes, lo podÃa sentir. Era lo más arriesgado que habÃa hecho en mi vida, y no me importaba. Me sentÃa vivo de nuevo. Las clases pasaron rápidamente y me fui a mi casa. Estaba ansioso por que llegara. Necesitaba hablar de esto y convencerme de que no estaba en un sueño.
El timbre me sacó de mis pensamientos y corrà a abrir la puerta. Rocco entró rápidamente y al instante nos besamos. HabÃa un hambre y una pasión desbordante en esos besos. Me detuve cuando sentà un extraño sabor metálico en mi boca. En ese momento recordé que su labio estaba herido y le hice una pequeña curación. Luego nos sentamos y nos miramos sin lograr decir nada. Risas coquetas salÃan de sus labios que me aceleraban el corazón.
-Tienes que superar lo exámenes –le dije rompiendo el silencio-. Debes parar esto.
-Si fuera tan fácil ya lo hubiese hecho –respondió.
-Pero ahora me tienes a mà –sentencié-. Yo te ayudaré.
-¿Lo harás? –preguntó acercándose provocadoramente a mÃ.
-SÃ, lo haré –respondÃ-. Ahora mismo. ¿Qué tema están viendo?
-¿Ahora? ¿Es en serio? –preguntó confundido-. CreÃ… CreÃ…
-Tienes que superar el examen, Rocco –sonreÃ-. Primero el deber y luego el placer… mucho placer.
Sonrió derrotado y me dijo el tema que le evaluarÃan. Mandé un correo a su profesor pidiéndole el contenido para fines inventados, y asà poder guiar a Rocco un poco. Si bien no era la asignatura que yo daba, me manejaba bastante bien con matemáticas. Estuvimos toda la tarde metidos en el tema y no nos dimos cuenta cuando el sol ya no estaba. Cuando ya se iba, le dije que debÃa estudiar muchÃsimo, pues la próxima vez que viniera harÃamos un juego bastante interesante.
Se notó demasiado el cambio de Rocco en el colegio. Ya no estaba tan a la defensiva ni tan serio. De vez en cuando intercambiábamos miradas coquetas, pero fuera de eso todo siguió normal. Dos dÃas antes del examen lo cité en mi casa. Abrà la puerta con una enorme sonrisa y lo hice pasar.
-¿Estudiaste, verdad? –pregunté.
-Si –respondió.
-Entonces te pondré a prueba –le dije. En verdad me sentÃa muy entusiasmado con la idea que se me habÃa ocurrido.
-¿En qué consiste todo esto? –Inquirió divertido con mi reacción.
-Hice tarjetas –entonces saqué un fajo de papeles de mi bolsillo-. Aquà hay 35 preguntas: Si contestas 10 correctamente, tendrás derecho a un delicioso beso; Si contestas 20 bien, podrás recibir una estupenda mamada; Y si contestas sobre 30 correctamente, follaremos.
Sus ojos brillaban de entusiasmo, mientras yo me retorcÃa por dentro como un niño a la espera de abrir los regalos en navidad. Aceptó el trato y nos fuimos a mi habitación. Estuvimos cerca de tres horas en eso. Risas y gritos de emoción resonaban por la casa con cada pregunta, como si estuviéramos en un concurso de televisión a la espera de ganar un enorme premio. Rocco estaba muy emocionado, y lo podÃa notar en el bulto que tenÃa su pantalón del uniforme. No puedo negar que me daba cierto morbo tenerlo asà sobre mi cama.
-Usando la aproximación por exceso, verifique cuál(es) de las siguientes afirmaciones es/son verdadera/s – recité-:
I) Si Ï€ = 3,14159 al aproximarlo por exceso a la décima quedarÃa 3,1 II) El número 98,721534634 aproximado por exceso a la milésima queda 98,722 III) La diferencia de 7,891-5,232 aproximada por exceso a la centésima resulta 2,65
- Creo… creo que es sólo la tres –dijo no muy convencido-. ¡No! Mentira… La dos, es la dos.
-¿Estás seguro? ¿Sólo esa? –pregunté.
-SÃ… SÃ, estoy seguro –respondió.
-…. –di un poco de tención y jugué con mis dedos como si estuviera haciendo un redoble de tambores-. ¡Es correcto! –celebró y guardé la tarjeta junto con las que ya habÃa contestado bien.
-¡Y la última pregunta! –grité como si se lo dijera al público inexistente-. “Se planea construir un edificio de una cierta cantidad de pisos. Para ello se dispone de 80.000 gramos de mezcla para concreto. En el primer piso del edificio se usan P veces Q kilos de cada mezcla. ¿Cuánto de la mezcla restante, en kilos, se debe usar para que, luego de terminado el segundo piso del edificio, queden solo 10 kilos del total de la mezcla guardada? “ –le repetà una vez más la pregunta y comenzó a anotar en una hoja de papel.
-¿70 + PQ? –dijo luego de algunos minutos
-¿Seguro? –pregunté-. ¿Es tu respuesta definitiva?
-SÃ, es 70 + PQ –dijo.
-¡Incorrecto! –grité-. Es 70 – PQ. Te equivocaste en el signo.
-¡Rayos! Siempre me pasa –se lamentó.
-Con práctica lo conseguirás. Ahora hay que contar para saber cuál es tu premio.
Tomé los papeles y comencé a contar. Rocco miraba expectante y noté que varias veces se apretó el bulto de sus pantalones. Amaba como se marcaba su pene allÃ, y me tenté a morder ese cilindro con tela y todo.
-… veinticinco, veintiséis y veintisiete –dije-. Son veintisiete.
-Oh –dijo tristemente.
-¡Vamos! No te desanimes –le sacudà los brazos-. De todas formas, igual recibirás un premio. Y no es para nada despreciable.
Tomé las tarjetas y las dejé a un costado. Le indiqué que se sentara y que separara sus piernas. Primero lo besé lentamente y procurando no hacerle daño. Sus besos tenÃan sabor a Colgate, y me encantó. Después descendà e introduje mis dedos en el elástico de su pantalón. Lo miré y le dediqué una sonrisa picaresca cuando vi su bulto. Bajé lentamente su pantalón junto con su bóxer, y él se levantó para que la tela se deslizara por sus nalgas y cayera por sus muslos perfectamente trabajados. Adoré ver la forma en que sus músculos se marcaban bajo su piel.
La punta de su pene golpeó mi barbilla. Lo rodeé con mi mano, saqué mi lengua y recorrà toda la marca que habÃa dejado la circuncisión. Jadeó al instante. Luego subà por su glande hasta que lo capturé con mis labios. Succioné y esperé el gemido.
-Ahh… -me sentà pagado.
Bajé hasta que mi nariz chocó en su pubis. Aspiré profundo con el afán de capturar su olor para siempre. Rocco se dejó caer sobre la cama y aproveché para subir mis manos y recorrer su abdomen. Cada vez estaban más definidos y sexis sus oblicuos. Algunas venas se le marcaban en ese lugar, y no sé por qué motivo se me hizo tan atractivo. Saqué su pene de mi boca y me dediqué a jugar unos momentos con sus testÃculos. Apenas la humedad de mi lengua impactó en ellos, se recogieron en un intento de mantener su temperatura. Lamà su escroto hasta que volvieron a descender, para luego meter uno en mi boca. Rocco sólo gemÃa.
Bajé otro centÃmetro más y encontré su ano. LucÃa en perfectas condiciones e, incluso, más apetecible. Levanté sus pies y los coloqué sobre la cama de manera que me dejara el camino fácil hasta su agujero. Separé sus nalgas y lo divisé. Dejé caer una gota de saliva en mi dedo y tracé cÃrculos en ese lugar. Su cuerpo completo tembló. Lentamente hice presión y lo fui enterrando. Sólo Dios sabe lo hermoso que era volver a sentirlo rodeándome con su calor y humedad. Me levanté sin sacar mi dedo de su culo y busqué su pene con mi boca. Cada succión la acompañaba con el movimiento de mi dedo dentro de él.
Aumenté la velocidad y me enfoqué en su punto G. Las succiones se hicieron más intensas con la intención de abarcar más terreno. Sentà su vientre agitado y supe lo que vendrÃa.
-Me… me voy –gimió casi sin aire.
Dos succiones más y comencé a sentir el tibio y salado sabor de su semen en mi lengua. Tragué lo que debÃan ser 3 chorros de leche espesa, y no me detuve hasta que me aseguré de haberla extraÃdo toda. Saqué mi dedo de su interior y me incorporé junto a él. Besé su mejilla y lamà el lóbulo de su oreja, Su pene yacÃa mojado sobre su vello púbico. Rocco tenÃa una sonrisa enorme llena de satisfacción.
-Si obtienes una buena calificación, te prometo que follaremos como locos –le dije con el afán de darle un motivo para estudiar con dedicación-. No me falles –miré mi bulto y luego a él-. No sabes todo lo que he acumulado todo este tiempo.
Luego se vistió y se fue antes de que su padre lo regañara por llegar tarde. Me metà a la ducha y pensé en lo sucedido. Esta vez fue distinto, pues no me sentÃa mal por lo que habÃa sucedido, y querÃa más. Mi pene estaba duro y el prepucio estaba empapado de pre-semen. Me tenté a darme una paja, pero querÃa hacer el sacrificio y esperar a estar con Rocco. Entre más lo prolongas, más placer.
Debo confesar que la espera se me hizo eterna. El dÃa en que fue el examen estaba expectante a que diera el recreo para ir donde mi colega y pedirle que corrigiera la prueba de Rocco primero. Todo esto con la excusa pobre de que necesitaba sus calificaciones para una especie de grafico en el que estaba midiendo su rendimiento. Me senté junto a él y no me fui hasta que hubo terminado. Miré la calificación y grité internamente. Instantáneamente mi pene cabeceó y supe que tenÃa que salir de ahÃ.
Rocco me miró a la distancia lleno de nerviosismo, pero su cara se iluminó al ver mi expresión de júbilo. Me acerqué a él y, a medida que acortaba la distancia, fui colocando serio mi rostro. Cuando llegué donde él, sólo era su serio profesor.
-Necesito hablar un momento contigo, Rocco –le dije de forma neutra, mirando a los chicos que estaban junto a él con la intención de que se fueran.
-¿Hice algo malo? –preguntó, mientras sus compañeros se iban.
-No, al contrario, lo hiciste muy bien –sonreÃ-. No vemos en la tarde.
-Ahà estaré –dijo sonrojándose.
-Prepárate –fue lo último que dije.
Ese dÃa sentà que el sol brillaba más que de costumbre. El viento era delicioso y las nubes tenÃan hermosas formas. Fui al hospital y le llevé unas lindas rosas a mi abuela. Al verme se sonrió y me abrazó.
-¿Quién es el afortunado? –preguntó de forma perspicaz. Era la única de mi familia que sabÃa sobre mi sexualidad.
-Aún no sé cómo lo haces –le dije-. ¿Qué me delató?
-Por favor, te conozco de toda la vida. Sólo tengo buena vista –sonrió-. Tu cara está radiante y no sacas la sonrisa de tu rostro. Hace tiempo que no veÃa brillar tus ojos de esa manera.
-Me siento genial –dije sentándome junto a ella-. Es complicado, pero vale la pena.
-Espero que no haya pena, sólo alegrÃa –me acarició el pelo-. Mereces verte asà todos los dÃas.
-Me esforzaré para que se asà –dije más para mà que para ella.
-Quiero conocerlo –me palmeó la mejilla.
-Quizás te espantes un poco –confesé-. Es un poco menor, aunque es mayor de edad.
-Para mà es suficiente con eso –dijo-. Además tú eres joven, cuando pasen los años ni se notará la diferencia.
SonreÃ. TenÃa demasiada razón. Siempre me hacÃa sentir bien mi abuela, se merecÃa la vida eterna. Al rato después me despedÃ, y me fui antes de que llegaran mis tÃos. No podÃa soportar ver tanto cinismo junto, además, tenÃa que llegar antes que lo hiciera Rocco. Me di una ducha y lo esperé pacientemente. EL timbre sonó y lo vi con esa mirada traviesa y esa sonrisa chula que muchas veces me habÃa sacado de quicio. Lo escaneé de los pies a la cabeza; una erección ya se estaba formando en sus pantalones.
-Hola –saludó con inocencia.
-Hola –contesté y lo hice pasar-. Bueno… este…
-Hagámoslo ya –dijo, y saltó a mi boca.
Entre besos y tropezones llegamos a mi habitación. Bajé por su cuello y le besé el hueco que se le formaba sobre la clavÃcula. OlÃa a gel de baño. HabÃa venido preparado para esto. Me separé de él y lo tiré contra la cama. Pero él me tiró de la mano y me dejó sentado mientras se ponÃa de pie.
-Quiero comenzar yo –dijo. Sonreà y acepté.
Se arrodilló y separó mis piernas. Mi pene palpitaba vuelto loco bajo mis boxers. Me quitó los pantalones y ropa interior, dejando mi miembro a su disposición. Se saboreó los labios y me miró de forma traviesa. Ambos respirábamos agitadamente llenos de adrenalina. Mis testÃculos se veÃan enormes en su mano cuando me los acarició. Con la otra mano rodeó mi pene, apenas logrando cubrirlo por completo. Una gota de pre-semen escapó de mi glande cuando hizo el primer movimiento.
TÃmidamente se acercó y pasó su lengua por mi uretra. Mi cuerpo completo tembló. Me sonrió de forma lasciva y me soltó. Descendió levemente y sacó su lengua. La posó sobre muy escroto y comenzó a subir por mis testÃculos hasta la punta de mi verga, para luego abrir la boca y comérsela hasta la mitad. Gemà de gusto sin importar hacer ruido de más. Tomó mis manos y las colocó detrás de su cabeza.
-Ayúdame a tragar más –dijo.
Obviamente hice caso, pero con cuidado de sobrepasarme. Cuándo Rocco me daba la señal, yo ejercÃa un poco de presión para introducir un par de milÃmetros más. En el momento que comenzaba a sentir nauseas, me daba la señal y me detenÃa. Fue asà y luego de algunos intentos, que logró tragarse cerca de tres cuartos de verga. Me miró sonriendo y sintiéndose orgulloso por el avance. Amé la forma en que sus ojos brillaban húmedos y rojos. Con mis dedos sequé sus pómulos que estaban con algunas lágrimas. De verdad ese chico estaba comprometido con la causa.
Me saqué la camiseta y comencé a desnudarlo. No aguantaba más, querÃa subir más de nivel. En cuestión de segundos ya lo tenÃa completamente desnudo y con su pene apuntando al techo. Noté que su pubis estaba depilada y que no tenÃa absolutamente ningún vello. Me acosté le indiqué que se colocara sobre mÃ; harÃamos un 69. Tomó rápidamente mi pene y lo hundió en su boca. Su paquete estaba sobre mi cara y aspiré su aroma: olÃa a perfume y a limpio, mezclado con un poco de aroma a juventud y lujuria.
Lo primero que hice fue drenar su pre-semen de su glande, causando que hasta sus nalgas se contrajeran. Levantaba un poco su cadera y metÃa su miembro completo en mi boca, para luego sacarlo y lamer sus huevos. Debido a la posición, su verga se enterraba en lo profundo de mi garganta, causando que mis ojos se llenaran de lágrimas. Al cabo de un rato dejé descansar su pene, y comencé a prestarle atención a su atractivo ano. Visto tan de cerca, se me hacÃa aún más apetecible y delicioso. Jamás en mi vida habÃa visto un ano tan perfecto y provocador.
Mi lengua acarició ese colorado agujero, haciendo que Rocco gimiera con mi pene en su boca. Sentà que se lo sacó y recostó su mejilla en mi muslo. QuerÃa centrar todos sus sentidos en lo que harÃa en su culo. Nuestros cuerpos hervÃan cuando comencé a trazar cÃrculos con mi lengua entre sus nalgas. Daba ligeros mordiscos en zonas aledañas a su centro, disfrutando como su cuerpo se contraÃa de placer. Luego de un rato y de bastante tortura, habÃa dejado gran parte de sus nalgas con marcas de chupetones y mordidas. Su ano palpitaba con lo cura esperando que le tocara un poco más de acción.
Su pene chorreaba de forma abundante y supe que era preciso darle más intensidad, su cuerpo lo pedÃa. Recogà parte de lo que su verga emanaba y la esparcà en su ano que, para ese momento, ya estaba hirviendo. Lentamente comencé a enterrar mi dedo y a deslizarlo por sus paredes anales, disfrutando su textura y calor. Gimió de placer. Movà mi falange de un lado a otro, retorciéndola como si de un gusano se tratase. Todo su cuerpo vibró, provocando que su ano apretara mi dedo ligeramente.
Lo saqué lentamente y lo reemplacé por mi lengua. Con un poco de esfuerzo logré introducir una pequeña porción. Oà un gemido ahogado por parte de Rocco. A continuación tomó mi verga y la volvió a introducir en su boca, dándole una potente succión. Esta vez gemà yo. Cuando humedecà la zona volvà al ataque con dos dedos. Su cuerpo estaba más relajado y su ano estaba más húmedo, haciendo que mis dedos se deslizaran con bastante facilidad. Pero dos dedos no eran suficiente porque mi verga era aún más ancha. Asà que al cabo de unos segundos introduje el tercero, el que a la vez anterior no alcanzamos a llegar.
Con el tercero comencé sentir un poco más de resistencia. Todo su canal envolvÃa mis dedos impidiendo que lograra movilizarlos muchos, pero luego de unos momentos y bastante paciencia, conseguà tener un poco más de libertad. Rocco gemÃa y jadeaba con mi pene en su boca, sin dejar de lamerlo y chuparlo. Para esa altura ya tenÃa un gran charco de su saliva en la base de mi pija. Le dije que ya faltaba poco y que comenzara a prepararse para lo que venÃa.
Cómo último movimiento, metà dos dedos de cada mano dentro de su culo. Noté un quejido de dolor pero se le pasó rápidamente. Su ano estaba más dilatado para poder recibirme sin hacerle daño. Separé los dedos y aproveché la abertura para introducir mi lengua y llenarlo de saliva. Rocco gemÃa a lo bestia. Al minuto siguiente saqué mis dedos y palmeé sus perfectas nalgas.
-Ya estás listo, bebé –le dije. Le dio la última chupada a mi verga y se incorporó.
-¿Es normal sentirse nervioso, aunque no sea tu primera vez? –preguntó mientras se sentaba a mi costado.
-Creo que es debido a que la anterior vez no fue muy agradable –dije con una gota de ácido en mi garganta-. Pero esta vez será completamente distinta, te lo prometo. No tienes nada que temer.
-No temo –sonrió-. ConfÃo en ti. Buscó mis labios y me besó-. Esta será oficialmente nuestra primera vez ¿ok?
-Lo que tú digas.
Me volvió a besar hasta que quedamos acostado. Lo tomé de su cintura y lo coloqué sobre mÃ, de manera que quedara cabalgándome. Levantó su cadera y buscó mi verga (todo esto sin dejar de besarnos), para luego apuntar mi glande a su culo. Tanto su ano como mi glande estaban llenos de saliva y pre-semen, por lo que no fue tan complicado que se deslizara. Tomó aire cuando la punta de mi pene comenzó a abrir su culo. Tuve que morder mis labios para no correrme al sentir cómo su ano se abrÃa para mÃ. Acaricié su pene para hacer que relajara la pequeña mueca de dolor que se veÃa en su rostro. Un quejido se escapó de sus labios cuando mi glande estuvo dentro de él. Y yo gemà cuando su ano comenzó a apretarme.
Le dije que esperara unos segundos antes de continuar, para que su culo se fuera acostumbrando. Mientras tanto yo jugaba con sus huevos y su pene. Cuando se sintió preparado para seguir, relajó sus piernas y se fue ensartando en mi mástil. Mordà mi puño y dejé escapar un gemido. Las ganas de correrme eran alucinantes pues su interior rozaba con mucha fuerza mi pene, logrando demasiada estimulación. Rocco lanzó un agudo quejido cuando sus nalgas hicieron contacto con mis bolas. Ya estaba hecho.
Toda la longitud de mi verga era aprisionada por sus paredes palpitantes, deseosas de ordeñar toda mi leche. Se recostó sobre mi pecho y enterró su cara en mi cuello. Lo envolvà con mi brazo y acaricié su nuca. Le susurré que lo peor ya habÃa pasado. Me miró con ojos brillantes y me regaló una tierna sonrisa. Me acerqué y le di un beso en su frente. A pesar de lo simple, creo que era el beso con más intención que habÃa dado en toda mi existencia. No era sexi ni erótico, sólo era cariño y protección en su forma más pura y perfecta.
Por la forma en que me miró supe que él habÃa captado el mensaje. Luego se incorporó y comenzó a mover su cadera. Desde ahà en adelante los gemidos no cesaron. Sumado al movimiento de su cuerpo, empecé a mover mi cadera para enterrar más mi miembro. La cama sonaba amenazando con desarmarse, pero no nos importó. Cada cierto tiempo bajaba para besarme con pasión y después subÃa para intensificar su movimiento.
-Creo… Oh por Dios –dijo casi con preocupación-. Me voy a… ¡Rayos!
Todo su cuerpo se contrajo y un chorro de leche bañó mi cara, acompañado del gemido más rasgado e intenso que jamás habÃa escuchado. Los siguientes chorros dieron en mi pecho y, uno en particular, impactó en mi parpado derecho. Sus fuerzas se fueron y quedó sobre mÃ, pero eso aún no iba a finalizar. Lo tomé de la cintura y me giré. Sostuve ambos tobillos en el aire y los llevé hasta su pecho. Fue excitante ver su culo y parte de sus huevos en esa posición.
Me limpié el semen del pecho y cara, y lo embarré en su ano para luego meter mi pene. A pesar de que todavÃa estaba recuperándose del intenso orgasmo, gimió de placer cuando nuestros cuerpos volvieron a unirse. Comencé a penetrarlo con fuerza, disfrutando sacar mi verga por completo para volver a enterrársela con fuerza. Me producÃa mucho morbo ver como quedaba su agujero, boqueando por más. Luego de unos minutos, separé un poco sus piernas y vi que su verga volvÃa a estar dura y palpitante. La tomé y la apreté. Rocco gimió y mordió su labio.
Separé sus piernas y las coloqué a ambos lados de mis hombros, para luego acercarme a él y besarlo. Era una droga poder probar su lengua y oÃr sus gemidos ahogándose en mi boca. Cuando sentÃa que me iba a correr, me detenÃa y jugaba con su verga para poder retrasar mi orgasmo. QuerÃa darle el mejor sexo de su vida. Mordà su esternocleidomastoideo y lamà todo el contorno de su mandÃbula. Lo estaba volviendo loco de placer.
Bajé sus piernas a la altura de mi cadera, pasé mi mano bajo su espalda y lo levanté. Sus manos rodearon mi cuello y su pene quedó encerrado entre nuestros vientres. Caminé por la habitación y estampé su espalda contra el espejo de la pared. TodavÃa tengo en mi retina la imagen de la penetración reflejada en ese espejo; la manera en que mi pene entraba y salÃa de su ultra irritado ano… SentÃa la erupción cerca.
Caminé otro metro más y lo dejé sobre mi escritorio. Lápices y papeles volaron de allÃ. Pegó su espalda en la madera y estiró sus brazos. Besé sus axilas y gimió diciendo que se correrÃa de nuevo. Fue ahà que apuré mis embestidas y comencé a correrme junto con él. Los chorros de semen que salÃan de su pene eran menos abundante que antes, aunque el orgasmo fue igual de intenso. Por mi parte, sentà que jamás iba a terminar de disparar leche. No sé si sea biológicamente posible, pero sentà el orgasmo mucho más largo de lo normal, haciendo vibrar cada célula de mi cuerpo.
Mis piernas temblaron y estuve a punto de perder el equilibrio y caer. Rocco estaba casi inconsciente y yo sentÃa que mis pulmones iban a estallar. Mi grito fue casi un aullido que salÃa de mi vientre con una fuerza impactante. Aunque hubiera puesto todo el esfuerzo del mundo, jamás hubiera logrado reprimir el gruñido que lancé. Con mis últimas fuerzas tomé su cuerpo y lo dejé sobe la cama, cayendo yo sobre él. Durante minutos no movimos ningún músculo.
No sé qué hora era, pero sentÃa que habÃan pasado dÃas. Mi pene dolÃa y estaba muy agotado; no querÃa imaginar lo que sentÃa Rocco en su culo. Me incorporé y lo vi durmiendo abrazando mi almohada. LucÃa tranquilo y en paz, lo que era algo bueno. Lo contemplé unos minutos procurando grabar esa hermosa imagen, y procedà a revisar su culo. Separé sus nalgas con cuidado y vi su irritado y abierto ano, todavÃa expulsando grumos de mi leche, pero sin rastro de sangre. Suspiré aliviado, aunque creÃa que pasarÃan dÃas antes de que volviera a su estado normal. (Cosa que no fue asà porque al otro dÃa me dijo que ya estaba mejor).
Me levanté y me di una ducha rápida. Fui a la cocina y preparé algo rico para cenar. Afuera estaba oscuro, lo que me hizo ir a despertar a Rocco para que no se le hiciera aún más tarde. Fui a mi habitación y le di un beso en sus labios. Abrió sus ojos con dificultad y encontré su tierna mirada. Se estiró y me sonrió. Le indiqué que se diera una ducha y que fuera a comer. A los minutos nos encontrábamos comiendo y comentando todo lo sucedido. El sólo recordarlo hacÃa que volviéramos a estar duros. Me dijo que habÃa sido lo más intenso y delicioso de multiverso y yo estuve de acuerdo.
-Creo que no podré sentarme por un buen rato –dijo mientras intentaba acomodarse en la silla-. Pero me encanta ese dolor. Me trae recuerdos geniales.
-Lo bueno es que ahora llegas a dormir –señalé.
-No sé si pueda, dormà muy bien en tu cama –sonrió.
-Entonces llega a estudiar, tienes más exámenes que hacer la próxima semana –le sugerÃ. Uno de esos exámenes era mÃo.
-¿Me darás las respuestas, verdad? –me guiñó el ojo.
-Suéñalo –sonreÃ-. Tienes que estudiar. Ya sabes cuál será tu premio si tienes buenas calificaciones.
-Pensé que ahora harÃamos esto más seguido y no sólo por una calificación –comentó triste.
-Me gustarÃa, en serio que sà –le dije-. Pero soy tu profesor, Rocco. Es muy riesgoso que vengas aquà muy seguido, además tengo que corregir trabajos y tú tienes que estudiar.
-Creo que cayó un poco de mi semen en un examen –rio.
-Rayos, tendré que inventar algo –tomé su mano-. De todas formas, algo es algo y peor es nada. Además eso te servirá para que le pongas más esfuerzo. Antes que el placer, prefiero que logres terminar el colegio.
-Está bien –se levantó y me besó.
Una vez terminado todo, lo llevé hasta la salida. Me despedà de él y se fue dando graciosos pasos por la calle. Caminé hasta mi cama y caà desfallecido hasta el otro dÃa. HabÃa quedado absolutamente muerto. En la mañana desperté con pánico pues no habÃa avanzado nada del trabajo y tuve que hacerlo en el colegio. Ese dÃa sólo hubo saludos a la distancia con Rocco, hasta que velozmente se acercó a mi oficina y me entregó una carta.
Cuando la leà una hermosa sensación inundó mi pecho. Fue como si hubiese abrazado una chimenea luego de haber nadado en un lago congelado. En la tarde fui al hospital a visitar a mi abuelita.
-Mañana lo podrás conocer –le dije sonriendo, mientras le mostraba la carta que me habÃa escrito.
-Tengo muchas ganas de conocerlo –contestó también con una sonrisa.
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