El casi-novio de mi prima me dio un regalito

 


Esto sucedió hace apenas unos días. El 24 de este mes, a eso de las 11 y algo de la noche. Casi a media noche. A pesar de la situación del país, la cual es la más horrible situación del mundo cabe destacar, la gente no escatima en los gastos que hace, en especial los hombres heterosexuales, cuando se trata de licor. Él se llama Adrian. Es alto, tiene un cuerpito cuidado, aunque es obvio que es por su trabajo más que por gimnasio. Cabello bajito. Trigueño. Tiene 37 años, mujer, una hija y un hijo. Pero como todo hombre perro, o sea, mujeriego, estaba detrás de mi prima. Ella y yo rondamos los 20 años, carne fresca para gente adulta. Y como mi prima lo veía como un culito, es decir, como un amiguito con derecho y para nada más serio, yo permití que pasara lo que pasó. El domingo estaba algo aburrido porque no sabía que haría en la noche, pero mi prima me escribió para que me alistara que me pasaría buscando con un culito a que fuésemos a beber, y yo acepté. Cuando me monté en el carro del tipo, que ella me lo presentó, yo me dije a mi mismo que ese hombre tenía que ser mío fuese como fuese, aunque por respeto a mi prima no me emocioné mucho. Me caía súper bien el carajo, porque intentaba hacernos reír a cada rato por cualquier cosa. Más bien intentaba que me cayera bien para que yo le diese la aprobación a mi prima, era más bien como para ganar más terreno. Mi prima ya me había dicho que el carajo tenía plata y que de paso que le había soltado dinero sin ser más que amigos, tenía la regla y ni había tirado con él ni tirarían esa noche. Botellas de cervezas una tras otra pasaban por mis manos y por las de ellos también. Adrian me hacía sentir demasiado cómodo, lo que era genial, él era el que me destapaba la cerveza y cuando yo decía que le iba a pedir un cigarro a alguien él de una sacaba uno de su bolsillo, me lo daba y además encendía su yesquero y me acercaba la llama, cosa que después de los tragos, me prendía sexualmente. De momento me decía a mi mismo: “Déjate de vainas, que Adrian es el cuadre de Verónica”, se me pasaba y seguíamos en nuestra nota. Incluso yo veía cuando se besaban y todo. Pero después de un buen rato, lo que yo calculo, once y media de la noche, mi prima se puso de cara e tabla a bailar con un amigo que se había encontrado donde estábamos y había dejado a Adrian solo conmigo, lo que a mí no me molestaba obviamente. Adrian era tan genial, tan tranquilo, que ni siquiera se había molestado o algo por mi prima haberlo dejado tirado ahí y haberse ido a bailar. — ¿Quieres otra? —Me había preguntado señalándome su cerveza. Yo asentí. Enseguida pidió otra e incluso mientras tomaba, veía a mi prima, le hacía señas y se echaban a reír. Era demasiado pana Adrian. O demasiado pajúo. Después de un rato la cosa comenzó a ponerse buena porque sentía que Adrian estaba como más cercano a mí, incluso me sacaba más conversación y todo. Obvio que sabía que yo era marico y era tan jodedor y pana que no le paraba bolas a eso. Pero se puso a hacerme preguntas algo subiditas de tono o a lanzarse chinazos. Chinazo aquí en Venezuela es decir algo que pueda tomarse como con doble sentido, en este caso, sexual. Por ejemplo, cuando me ofrecía una cerveza, me decía “Si quieres te la abro” Y antes de yo chalequearlo, o sea, reírme de él, se excusaba rápido: “o sea, la cerveza, la cerveza” Y nos reíamos, pero su mirada ya había cambiado, cosa que solo ustedes como homosexuales pueden entenderme. Luego me preguntaba vainas de mi “onda” de gay y blah blah. Obviamente, yo me aprovechaba de eso y me le insinuaba, y aunque al principio me huía excusándose con su heterosexualidad y tal, yo le hacía entender que la sexualidad y los sentimientos son cosas muy distintas, que el cuerpo simplemente es cuerpo y hay que darle lo que pida. Y aunque al principio se rehusaba a aceptar, luego se ponía a pensar y me decía: “No me lo digas mucho que te tomo la palabra y nos vamos al carro, porque tu prima me dejó bien botado y ando con unas ganas de tirar brutales”. A lo que yo, inteligente pero sutilmente y sin presión le respondía: “Bueno, usted solo de la orden y le aseguro que la pasará bien”. Eso lo dejó como tenso y paró enseguida de beber y me vio como preguntándome:” ¿Es en serio?” A lo que yo simplemente respondía asintiendo. Después de unos segundos decisivos en los cuales se puso a pensar, a ver a mi prima y a verme a mí, me dijo: —Fuego. Fuego aquí es como una forma algo malandrosa de decir “Sí” o “Vamos”. Yo no sabía qué iba a pasar o donde íbamos a ir, porque aunque había mencionado su carro, no creía que sería cierto. Nos levantamos, le hicimos señas a mi prima diciéndole que ya veníamos, pero como no entendía, Adrian se le acerco y cuando volvió me dijo que le había dicho que íbamos a comprar cigarros a algún lado que ahí donde estábamos no había. Ella nos pidió que no nos tardáramos. ¡A esas alturas la cosa sí iba en serio! Cuando me monté en el carro, me puse nervioso, cosa que era estúpida viniendo de mí, porque a mí no me da pena nada. Pero me puse nervioso. Hubo un silencio como por un segundo, aunque yo sentí que fueron siglos, y nos vimos y nos pusimos a reír. —Si quieres damos una vuelta. —Me dijo y yo acepté. Era raro como yo me sentía tan cohibido, Adrian me había caído muy bien y se podía decir que lo hubiera tenido como amigo si fuesen otras circunstancias, pero como a los dos minutos de estar conduciendo habló: — ¿Ahora tienes miedo es? —No tengo miedo —Contesté, pero igual no hacía algo para comenzar aquello. —Destácate pues. Como vio que yo no hacía algo, me agarró la mano y me la puso encima de su pantalón y fue como si eso me hiciera despertar, aunque tal vez era la bebida lo que me tenía así. Tal vez por la bebida todo eso estaba pasando. Sí, fucking bebida. De aquí en adelante, Adrian no hablaba y yo menos, él ya había cedido y yo ya me había avispado y comencé con lo mío. Por un buen rato, dejo de verme y yo le abrí el cierre y se lo saqué mientras lo veía como suspiraba, luego, mientras nos veíamos a la cara lo comencé a masturbar. Poco a poco, lentamente. Obviamente, todo esto estaba sucediendo mientras él estaba manejando. Luego se detuvo por la Av Bolivar, se metió por unas calles que ni yo conocía y se estaciono detrás de un carro. Sabía que todo iba a pasara ahí y no me preocupaba porque tenía vidrios ahumados y todo estaba apagado. Sin decir palabra, Adrian me besó y fue genial porque me besó con una lujuria tan masculina, era como si me deseara de verdad, como si deseara tenerme, cogerme, hacerme suyo. Disfrutaba mucho mientras me besaba porque pasaba sus labios por los míos, me mordía en los cachetes, llegaba a mis orejas, las mordía, las chupaba, bajaba a mi cuello, lo besaba, lo mordía, lo succionaba. Era demasiado rico ese hombre. Demasiado. Como su carro era algo grande, al cabo de unos minutos ya estábamos en los asientos de atrás, sin ropa, y él encima de mí. En parte me encantaba que no hablara casi, sino para decir o pedir cosas puntuales y con un tonito de voz al cual no me podía negar. Decía cosas tipo: “Mámamelo otra vez, ¿sí? Es que lo mamas demasiado rico”. ¿CÓMO RESISTIRME A ESTE TIPO? —Me encanta besarte las orejitas estas de duendes que tienes —Decía mientras me mordisqueaba la oreja izquierda. —Ayy, mariquito, ahora te me vas a poner romántico —Le decía yo bromeándolo. —¿Qué pasa pues? Yo soy un tipo serio menorcito —Decía él también riéndose. —¿Por qué te gusta besarme las orejas? —Ahora no te digo nada por becerro . —Me dijo. —Ahhh, sí va. Después de unos segundos besándome habló: —Porque mira como te pones —Dijo mordiéndome una oreja. Al principio no había captado, pero después me di cuenta de que era porque cuando lo hacía, yo me encorvaba y era como si me calentara más. —Quiero besarte la espalda, ¿puedo? Casi le decía que podía hacer conmigo lo que quisiera, pero Adrian era algo caballero y le importaba hacerme sentir cómodo, lo cual era sumamente paradójico, porque se supone que era él el que hace una media hora estaba dudando hacer esto. En fin. Le dije que sí podía. Mientras me besaba la espalada, yo veía el cielo, porque aunque este hombre era grandote y maduro y de facciones ruda, era sumamente cuidadoso. Cuando llegó a la base de mi columna, me mordió de un lado de la cintura y del otro, y me hizo para el culito y sin pensarlo, comenzó a mamármelo. Rico. Con las dos manos me abría las nalgas y me mordía de un lado y del otro, luego me lo besaba, me lo chupaba, me lo escupía y me metía la lengua. Para después pasarme la lengua por toda la espalda y llegar hasta el cuello, y terminar besándome en la oreja y haciéndome preguntas tontas del tipo: “¿Te gusta?”. ¿Acaso no se nota en los gemidos que produzco? Así como estaba, encimado en mí, puso su guebo en la entrada de mi culo y comenzó a hacer presión. Yo no decía nada, ni siquiera le pedí condón o algo, pero comenzó a dolerme un poco obviamente y traté de zafarme, a lo que detuvo con un: “Ya bebé, ya va a pasar el dolor, ya vas a ver” en mi oreja. “Eso ya lo sé, idiota, pero échame más saliva en el culo” quería decirle, pero me contuve porque me leyó el pensamiento y así lo hizo. Mientras me lo metía lento, me pasaba sus manos por donde encontraba piel; por mis piernas, por mis brazos, espalda. Luego se puso algo rudo y me haló del cabello y me hablaba al oído: — ¿Y ahora? ¿Ahora te gusta más, no? —Sí. Definitivamente sí. —Se te nota en la carita de putica que pones —Decía él mientras se reía y me daba un poco más fuerte por el culo. Mientras me decía eso yo intentaba parar el culito, cosa que a él le gustaba y lo agarraba del cabello y lo llevaba hacia mí pidiéndole en voz baja que me lo metiera más, que me diera más duro. —Como usted guste —Decía mientras se reía de lo que yo decía. Era una risa de dominio, de burla, de superioridad que me encantaba. En seguida me haló fuerte y me puso en 4 patas y comenzó a darme duro, con mucha más fuerza, tanto que pedí que se detuviera un poco, pero no me hacía caso, me ignoraba, estaba concentrado en lo suyo. De repente, me dio vuelta y me dijo que montara mis piernas en sus hombros que quería cogerme viéndome a la cara. Así lo hice. —Me encanta, dame así —Decía yo agarrándome yo mismo del pelo. Se detenía, me preguntaba: “¿Así?” y me lo metía completo, haciéndome retorcer como perra en celo. Eso lo encendía más. Yo solo asentía. Me sorprendió lo que hizo después: me dio una cachetada, pero yo estaba tan excitado, tan dentro de mí, que casi le pedía que lo siguiera haciendo. Luego me agarro del cuello y me daba guebo con un ritmo algo calmado. Se acercaba bastante a mí hasta que sus labios apenas rozaban los míos y yo podía sentir su saliva en mi boca, para luego clavarme un beso con demasiado morbo. Ya estaba más que excitado el Adrian. Yo feliz. Lo más loco es que aunque me parecía que estábamos ahí por una eternidad, sabía que no teníamos una hora de habernos ido de la tasca de donde estábamos con Verónica. Era obvio que íbamos rápido, que cambiábamos de posición después de apenas unos dos o cinco minutos. Para terminar, me pidió que me montara encima de él, que esa posición le encantaba. Le dije que esa posición no me gustaba mucho, porque era para profesionales, que me dolía. —Anda vale, ¿te me vas a negar ahora? —Preguntaba, dándome besitos en el cuello, el muy hijueputa. Acepté y nojoda, casi brincaba como niño chiquito. Cuando comenzó a darme pensé que me dolería porque tenía el guebo grande, pero no, todo lo contrario, me gustaba, tanto así que no pasaron ni dos minutos cuando ya sentía ganas de acabar, ¡y sin tocarme! Eso le excitaba más a él. Me pidió que no me tocara, que quería que yo acabara así sin tocarme, me decía que me quería meter el guebo hasta la pata, hasta partirme. Después comenzó a respirar más rápido y me empezó a dar más duro. Tan duro que hacía que me levantara un poco y mientras con una mano me agarraba de la cintura, con la otra me agarraba del cuello. Con eso me dio en el punto y me hizo acabar, y a los segundo, no pasó un minuto cuando me haló hacia sí y me abrazo y comenzó a besarme frenéticamente. —Ahí va, ahí va —Decía. Me acabó adentro y luego me tuvo así por unos minutos. Abrazándome, sin decir nada, y con el guebo adentro. Camino a la tasca casi no hablábamos, pero no era un silencio incomodo, más bien era porque estábamos cansados. Pasamos comprando cigarros. Me siguió tratando igual y cuando llegamos todo siguió normal. Verónica casi que ni se había sorprendido por la tardanza. Recuerdo que eran la 1:10am. Cuando se nos acercó, nos preguntó: —¿Qué me trajeron de niño Jesús? Ya son la una. Ya es 25. Nos reímos y Adrian le dijo que nada, que para ella no había niño Jesús porque lo había dejado solo. Seguimos riendo. Pensé que todo quedaría ahí pero Adrian habló: —A él sí le llegó el Niño Jesús. —Dijo señalándome. Me puse tenso. —¿Ah, sí? —Preguntó Vero, curiosa. —Sí, ¿cierto? ¡y le hubieras visto la carita de contento que tenía! —¿Eso es verdad? ¿Qué te dio? —Seguía preguntando mi amiga. Yo no sabía qué decir. En cuestión de segundos me las ingenié: a modo de respuesta, le enseñé la caja de cigarro.

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