La granja del placer


Disfrutar a plenitud cada fin de semana con mi trabajador, me llevó a niveles de lujuria y placer nunca sentidos.

Tengo 40 años y desde muy temprana edad sentí enormes deseos por todo lo relacionado con el sexo. A hurtadillas gateaba a mis hermanas y a mis hermanos cuando se bañaban, cuando iba al centro de la ciudad a visitar mis abuelos, pasaba por la calle de las prostitutas para verlas en sus vestidos que no dejaban nada para la imaginación, también pasaba por la zona de las travestis y disfrutaba viendo como seducían a todos los que por allí pasaban. Así fue que descubrí que soy bisexual en todo el sentido de la palabra. disfruto tanto al penetrar una mujer, como cuando mi culo es penetrado por una deliciosa verga.

Cuando finalicé mis estudios en la universidad, rápidamente conseguí un buen empleo que me permitió hacer realidad mi sueño de adquirir una pequeña granjita en las afueras de la ciudad, pues, lo reconozco, prefiero la tranquilidad del campo a vivir en cuatro paredes de un apartamento en el bullicio de la ciudad.

Encontré un pequeño terreno con una casita muy acogedora y sin pensarlo mucho, más un préstamo en la empresa y muchísima ilusión, logré comprar un pequeño pedazo de paraíso. Solo podría disfrutarla inicialmente los fines de semana, debido a los horarios que debía cumplir en el trabajo, pero era el comienzo de una meta trazada.

Obviamente, la vida en el campo requiere de mucho esfuerzo físico y pronto fui consciente de la necesidad de contar con alguien que me ayudara a labrar la tierra y a cuidar de los animales. Contraté el hijo de unos campesinos que vivían como a un kilómetro de mi granja. Era un joven de 18 años, llamado José, alto, fornido y con la piel curtida por el sol, pues desde pequeño trabajaba con su padre.

Con el correr de los días en la granja, comencé a sentirme atraído por José, ver esos músculos sudorosos, me hacían brillar los ojos y se me volvió una obsesión conquistarlo. Siempre buscaba algún motivo para ayudarlo en las tareas de la huerta y debido al calor y al sudor, me vestía con una pantaloneta blanca de algodón que me quedaba un poco grande y no usaba ropa interior. Al rociar agua a la huerta disimulaba y me mojaba todo para bajarme el calor pero mi intención era que la pantaloneta mojada se volvía muy transparente y así podía exhibir un poco mi excitación indirectamente.

Un día, en época de lluvias, aparecieron unas goteras en la casa y me tocó subir al techo a repararlo, para lo cual le dije a José que me ayudara teniendo la escalera. Era claro que al subir a la escalera con mi pantaloneta holgada, José podía ver todo mi paquete. Al estar en esa posición vi que José se sonrojó un poco y disimuladamente toco su bulto que comenzaba a crecer. Era una buena señal y que mi estrategia estaba funcionando.

Algunos fines de semana siguientes, aproveché para hacerle mantenimiento a las canoas del techo y notaba que José cada vez disfrutaba más de la visión al tenerme la escalera, pero las cosas no pasaban de ese punto. Debía buscar otra actividad que implicara algo más atrevido.

El agua que alimentaba la granja era tomada de un riachuelo cercano y se almacenaba previamente en un tanque de concreto para tener reservas en épocas de sequía. Planeé entonces mi siguiente paso, pedirle a José que me ayudara a lavar el tanque, pues las paredes ya tenían demasiada lama. Le dije que se quitara la ropa, para que no se le mojara y que se quedara solo en calzoncillos. Vaciamos el tanque nos metimos adentro, yo con mi pantaloneta y él con sus calzoncillos, cepillos y la manguera que alimenta el tanque, chorreando agua para lavar las paredes. Como era de esperarse, en pocos minutos estábamos empapados y llenos de fango. Los dos teníamos erecciones, pero disimulábamos y nos dábamos la espalda.

Cuando terminamos de lavar el tanque le dije que si quería se podía dar una ducha en la casa y poníamos a secar sus calzoncillos. Cuando se metió a la ducha, con sus calzoncillos puestos, le enseñé a manejar la llave de la ducha, pues era del tipo monocontrol y el no sabía como usarla, abrí la ducha y me salí pero intencionalmente no cerré la puerta del baño. José se empezó a quitar el fango de su cuerpo, y se despojó de sus calzoncillos. Al verlo desnudo no aguanté más, me desnudé, me metí a la ducha y le dije que le iba a enjabonar la espalda que estaba llena de fango. Sentir su piel enjabonada, el agua tibia y todo su cuerpo con una tensión nerviosa evidente, era una situación erótica fabulosa, levemente hice girar su cuerpo para quedar frente a frente, él trató de ocultar su verga completamente parada pero era imposible, sin dar tiempo a nada me arrodillé y me la metí a la boca, comenzando la mejor mamada de toda mi vida.

José tenía una verga espectacular, más de 20 centímetros de larga, con mi mano a duras penas alcanzaba a abarcarla, completamente recta y una cabeza brillante como un farol. Cuando comencé a mamarla, José solo alcanzó a decir…..mmmm que rico, y no opuso resistencia. El tiempo se detuvo y solo quería tener su verga en mi boca, hasta que después de muchos minutos explotó con un gran chorro de semen que inundó toda mi boca. nunca olvidaré ese momento.

Luego volvimos a la realidad y terminamos de ducharnos. Nos secamos con nuestras toallas y lo invité a tirarnos al sol mientras sus calzoncillos se secaban. En la grama pusimos nuestras toallas y nos recostamos plácidamente. Allí le confesé que desde el primer día me había sentido atraído por él y por primera vez lo besé en la boca. José también me dijo que cuando me tenía subido en la escalera y veía por entre la pantaloneta se excitaba pero no entendía por qué, pues nunca había tenido ningún pensamiento homosexual, pero que había disfrutado mucho la mamada que le había hecho.

Ya con todas las cartas abiertas, di un paso más y le propuse experimentar algo mucho más placentero que la mamada de la ducha. Comencé a acariciarle la verga, que inmediatamente respondió volviendo a pararse. Mis manos no se quedaron solo en su verga, recorrí todo su cuerpo y con cada centímetro de piel que tocaba, corroboraba que José era un hombre hermoso y todos sus poros invitaban a la lujuria. Me trepé encima de su abdomen y sentí como su enorme verga quedaba aprisionada por mi culo. Me incliné para poder besarlo nuevamente y cuando juntamos nuestra lenguas con una mano dirigí su verga a la entrada de mi ano. En esta posición solo bastaba desplazarme un poco hacia abajo para que la cabeza de su verga entrara. Cuando esto pasó, me incorporé lentamente y comencé a cabalgar despacio y acompasado hasta tener toda su verga dentro de mi. Ver su cara fue la mejor señal de que lo estaba disfrutando y que podíamos fundirnos en un solo cuerpo sin reparos.

Siempre he llegado a la conclusión que el mejor sexo es el que se hace sin afán, suavemente, disfrutando con todos los sentidos, y notaba que José también disfrutaba con ese mismo ritmo, con los rayos del sol abrigando nuestros cuerpos, hasta que una nueva explosión ocurrió dentro de mi y sentí sus chorros de semen llenarme por dentro.

No lo podía creer, estar tirado al sol al lado de mi nuevo amante, en la granja, rodeados de árboles de arrayán, era una escena totalmente idílica.

A partir de entonces, no veía la hora de que fuera sábado para ir a la granja para encontrarme con José. Algunas veces, me iba desde el viernes, para así cuando José llegara el sábado a trabajar, poder esperarlo desnudo en mi cama.

Así pasaron 5 años hasta que, por una dura situación financiera en mi familia, tuve que vender la granja, perdiendo contacto con José. No pasa un día sin que añore los encuentros con José, mi amante granjero.

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