Vacaciones particulares I 🔥
Tras un largo viaje en automóvil llegue a una ciudad del norte, cuyo nombre me reservo, cercana a la casa de mis tÃos, donde me dirigÃa a pasar unos dÃas de vacaciones aprovechando el buen tiempo.
Yo soy del sur de España, por lo que me sorprendió el clima de aquellas latitudes, algo frÃo para la época.
Llegue a la ciudad un domingo a media tarde, y como todavÃa quedaba camino, pensé en pasar la noche en un hotel que conocÃa.
Aparqué junto a la puerta principal entré, algo cansado.
En recepción me recibió una chica; nos dio las buenas tardes en gallego y nos acompañó a las habitaciones.
Era una joven alta, morena, de unos veinticinco años.
VestÃa un grueso jersey y una cortÃsima minifalda roja.
Sus piernas se escondÃan bajo unas medias de lana amarillas.
Me imaginé que dos maravillosas obras de arte ocultarÃan aquellas inoportunas medias.
En aquel momento se le cayó una de las llaves y al agacharse a recogerla su cortÃsima falda fue subiendo hasta que descubrà las dos esculturales redondeces de su trasero.
Eran dos bellos ejemplares de nalgas femeninas, ocultas bajo unas delicadas bragas blancas, que se le introducÃan por la raja del culo sensualmente.
La visión duró unos instantes. La chica, muy meneona abrió la habitación, penetró en la estancia y abrió las cortinas.
Luego dio media vuelta y tras despedirse con una cariñosa sonrisita, salió de la habitación.
El cuarto era espacioso y estaba bien amueblado. El ventanal daba a un patio con flores y arbustos. Al fondo se veÃan las habitaciones del ala oeste del hotel.
Abrà la maleta y empecé a sacar mis cosas, pensando en lo buena que estaba la recepcionista y lo cansado que estaba después de tanto viaje.
Mirando por la ventana me pareció ver bastante jaleo en las habitaciones de enfrente, llenas de adolescentes que correteaban de aquà para allá y algunos profesores intentando imponer respeto infructuosamente.
Acabé de ordenar la ropa y tras cerrar la puerta de la habitación con llave me dirigà a conocer el hotel.
La chica de recepción estaba en su sitio, escribiendo algo.
Alguien comentó que habÃa llegado un autobús con chicos en viaje de estudios.
«Vaya, más follón», pensé. Espero que no me molesten mucho.
Después de dar una vuelta y tomar algo en el bar del hotel me fui a la habitación dispuesto a dormir como un lirón, para recuperar fuerzas de cara a mañana.
Miré por la ventana, antes de acostarme y contemple las ventanas de enfrente.
Solo algunas ventanas entreabiertas dejaban ver una tenue luz.
En una de las habitaciones, un grupo de chicos parecÃan jugar a algo.
Entonces uno ellos se levantó de la silla y se asomó a la ventana.
Se percató de mi presencia y sonrió.
Luego dijo algo a los demás, que echaron un vistazo hacia donde yo estaba y saludaron.
Yo les devolvà educadamente el saludo. Algunos tendrÃan diecisiete años.
Entonces tres de los muchachos que estaban allà se levantaron tras conversar con otro que parecÃa mayor y se dirigieron a la ventana.
Ante mi sorpresa se dieron la vuelta y lentamente bajaron sus pantalones dejando al aire sus culos, que mostraban en dirección a donde yo estaba situado, mientras el resto de chicos reÃan y hacÃan burlas de los tres «castigados».
Se oÃan las risas y, de repente, alguien cerró las cortinas bruscamente, privándome del espectáculo.
Que cosas, pensé, hacen estos chavales para llamar la atención.
Entonces me metà en la cama dispuesto a dormir.
Cuando empezaba a coger el sueño alguien tocó a la puerta.
Maldije la hora y me levanté a ver que pasaba, oyendo sonrisitas tras la puerta.
Eran los tres chicos que momentos antes me habÃan mostrado sus culos en el apartamento de enfrente.
Los tres llevaban puesto una especie de albornoz y unas zapatillas de andar por casa.
Uno de ellos, el más gordito, me dijo: «Déjanos entrar, por favor»
El chico era rubio, con ojos azules. Sus blanquÃsimas mejillas estaban un poco enrojecidas y parecÃa nervioso, al igual que sus compañeros.
Yo, asombrado, les indiqué que entrasen.
«Somos estudiantes de un Instituto de Madrid y estamos de viaje de estudios. Como somos los novatos del curso, los veteranos nos hacen novatadas.
Por eso nos han mandado a tu habitación y antes hemos tenido que enseñarte el culo. Nos han dicho también que tenemos que cambiarte nuestros calzoncillos por unos tuyos si queremos volver a nuestra habitación.
¿Nos los darás, por favor?»
«Bueno» dije, «di por unos calzoncillos no vais a poder volver, no quiero ser el causante de que paséis una noche a la intemperie».
Mis tres visitantes sonrieron. Se abrieron las batas y se quitaron los calzoncillos rápidamente, volviendo a ocultar sus preciosos atributos masculinos.
Ante mis ojos habÃan aparecido tres pollas bien distintas unas de otras.
Uno de los chicos, el más moreno, de pies y pelo, resultó tener un miembro excesivo para su edad.
La del otro chico, también moreno pero más guapo y musculado, era del tamaño adecuado y dejaba entrever una semierección por la excitación del momento.
La polla del muchacho gordito apareció entre el albornoz no muy grande, pero si rolliza y apetitosa. Seguro que los tres sabÃan usarlas bastante bien.
Los tres me dieron sus calzoncillos y el gordito se presentó: «Me llamo Eduardo»
Luego se presentaron sus compañeros.
El más guapo se llamaba Paco y el morenito se llamaba Carlos.
A todo esto mi cipote habÃa pasado en pocos segundos de tener el tamaño de una piña a ponerse como una banana.
Luego busqué en mi maleta unos slips y se los di a Eduardo.
Dado que el pantalón del pijama se me ceñÃa bastante al cuerpo, los tres jovencitos ya se habÃan percatado de las evoluciones de mi pene, intercambiándose alguna misteriosa mirada y hasta tÃmidas sonrisas.
Entonces Paco dijo: «Tengo una idea.
Estamos aquà a costa de las risas de los veteranos, ¿no? que sin duda ya se han llevad un buen chasco, pues nos han visto que hemos entrado en la habitación y no sólo no nos ha pasado nada sino que además hemos conocido un bello y simpático chico andaluz ¿no?»
Los otros dos escuchaban atentamente a Paco y se miraban cómplicemente.
«Pues bien. Si él nos lo permite vamos a pasar aquà toda la noche, si el nos deja»
Los tres se volvieron hacia mi esperando la respuesta.
Los tres se volvieron hacia mi esperando la respuesta.
Yo les dije que si, que podÃan quedarse y fastidiar a sus castigadores.
«Eso, que se fastidien» dijo el gordito.
Entonces Paco me miró con cara de travieso y dijo a sus compañeros:
– Qué os parece si jugásemos a algo con este chico andaluz? Por ejemplo podrÃamos quitarle el pijama para dejarle en igualdad de condiciones que nosotros.
«Estupenda idea»,gritaron los otros dos.
«Tendréis que luchar para conseguirlo», les dije divertido.
Entonces los tres se abalanzaron sobre mÃ, todos a una, tratando de inmovilizarme mientras yo me revolvÃa entre sus brazos.
«¡No vale hacer daño!», grito uno de ellos.
«¡Sois tres contra uno!», grité haciéndome el mártir.
«Cogedle los brazos y tu Eduardo, ayúdame a bajarle los pantalones», ordenó Carlos.
Los tres se empleaban a fondo para reducirme.
Paco consiguió sujetarme bien los brazos y, tendidos los tres en perpendicular y de espaldas a la cama, junto al borde, en esta posición, Carlos y Eduardo comenzaron a tirar de mis pantalones.
En esta posición mis pies tocaban a menudo las pollas de mis violadores debido al forcejeo.
Poco a poco mis pantalones fueron cediendo, mi cintura quedó desnuda, apareciendo entonces mi polla, tiesa como un cirio, exhibiendo el glande con el mismo orgullo con que un pavo real exhibe su cola a la hembra antes de fornicar con ella.
Mis atacantes mostraron gran regocijo al ver aparecer mi polla, tan dura y ávida de sexo.
Exhortados por la visión de tan singular objeto, Carlos y Eduardo tiraron con más fuerza de mis pantalones hasta que me los sacaron.
Entonces me tumbaron en el centro de la cama y sujetándome me sacaron la camiseta.
Eduardo entonces, se quitó el albornoz y subiéndose a la cama montó encima mÃo.
Entonces se puso de rodillas, mostrándome todo el trasero e iba bajando la cabeza hasta atrapar mi polla con su boca.
En esta posición, yo tenia al alcance de mi lengua la rosa de su ano y no perdà la ocasión de saborear aquel agujero adolescente.
Mientras los otros dos comenzaban a meterse mano y lamerse mutuamente.
Entretanto Eduardo habÃa conseguido que mi polla alcanzará el tamaño máximo, y como en sus labios y su lengua trabajaban expertamente en el glande pronto estuvo a punto de reventar.
Yo, con la lengua metida en el ano de mi amiguito, saboreaba aquel tesoro escondido entre el pelo y lamÃa de vez en cuando sus huevos.
Eduardo logró que mi banana escupiera un buen chorro de liquido blanco, quedándose con los morritos blancos, como si acabara de beberse un vaso de leche.
Entonces se dio la vuelta y me sugirió que hiciera lo mismo, a lo que yo respondà lamiendo su pene suavemente para introducirlo acto seguido y lograr que eyaculara en mi cara a los pocos minutos. Quedándonos tumbados y relajados.
«Ahora me toca a mi», exclamo Paco. El se puso a cuatro gatas de rodillas, abriéndose las nalgas mostrándome su encantador culo. Aquello me puso a cien.
El ano de Paco reclamaba mi polla ardientemente.
Conduje mi mano hacÃa el culo del chico y muy despacio empecé a penetrarle el ano.
Él estaba a cuatro patas, ligeramente echado para atrás, con el trasero un poco levantado, la cabeza completamente bajada, apoyado sobre los brazos entrecruzados. Recordaba a una gatita esperando la embestida de un semental.
Yo iba introduciendo mi polla poquito a poco, a fin de causarle el mÃnimo dolor al chico.
No querÃa lastimarlo con brusquedades. El ano de Paco se fue dilatando por la presión de mi polla.
El muchacho, que al empezar a ser penetrado habÃa exhalado pequeños quejidos de dolor, ahora acompañaba su acelerada respiración con gemidos de placer.
Más de dos terceras partes de mi polla entraron en el sensual túnel.
De pronto Carlos se puso detrás de mà y colocó su polla a la entrada de mi culo, mientras besaba mi oreja. Yo me situé adecuadamente y fue poco a poco metiendo su rabo en mi ano.
Al poco los tres gozábamos de nuestros cuerpos a un ritmo acompasado, mientras Eduardo se masturbaba mirándonos.
Unas embestidas más y me corrà dentro de Paco que también se corrió, y momentos después, note como Carlos eyaculaba en mi interior, inundándome con su delicioso néctar, abundantemente.
Los tres caÃmos en un abrazo reconfortante hasta que nos venció el sueño.
Cuando desperté por la mañana no habÃa nadie conmigo, solo tres calzoncillos que junto a la almohada me recordaban que no habÃa sido un sueño.
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