El amigo hetero 🔥🥵
Tenía 18 años recién cumplidos y lo recuerdo porque acababa de sacarme el carnet. Desde la época del instituto hicimos una pandilla con un grupo de chicas y chicos que empezamos a salir juntos cuando tendríamos unos 15 o 16 años.
Como suele pasar en esas edades, nos hicimos inseparables y no parábamos de inventar planes para estar todos juntos. Como no teníamos un duro teníamos que quedar después de cenar y estar por las calles pateando mientras fumábamos a escondidas. A veces quedábamos en casa de una amiga que sus padres eran más jóvenes y permisivos y nos poníamos a ver pelis o lo que fuera. Como es lógico, algunos de los amigos empezaron a emparejarse y a descubrir la sexualidad.
Otra amiga tenía una casa en el monte y estaba vacía en invierno así que empezamos a subir a pasar el día con bocatas y tal. Como estábamos en pleno despertar sexual alguien propuso un día jugar a la manta. Para quien no lo sepa, la manta es meterse en una cama dos personas -generalmente eran un chico y una chica- y te iban haciendo preguntas o pruebas y cuando perdías, tenías que quitarte una prenda. El objetivo, como es lógico, era que las dos personas se quedaran desnudas con el morbo que eso generaba especialmente a los que había dentro de la cama, claro... Por aquello de sentir un cuerpo desnudo junto al tuyo y de mirar discretamente.
Uno de los amigos del grupo con el que más amistad cogí fue con un chico que se llamaba Ángel. Tenía un par de años más que nosotros y no estaba estudiando pero se acopló estupendamente. Ángel era un chaval no demasiado alto, pero con buen cuerpo. Era un poco macarrilla, muy machito y con una moto de cross que hacía las delicias de todas las chicas... y de algunos chicos como yo, claro. Era un poco gamberrete y chulito pero era (y es) muy, muy buena persona.
Ángel estaba colado por una chica que se llamaba Eva y siempre hacía lo posible para que le tocara con ella en el juego de “la manta”. Muchas veces me contaba que Eva tenía una pelambrera tremenda “en el coñito”. Como comprenderéis, a mi me daba igual el coñito de Eva porque lo que quería era ver el rabo de Ángel... Pero bueno, esas confidencias y camaraderías sirvieron para que tuviéramos más complicidad aunque yo me mataba a pajas pensando en él.
Sin embargo, a pesar de mis deseos, no pasó absolutamente nada entre nosotros. Seguimos toda la pandilla junta varios años y al dejar el instituto, cada uno tomó su camino. Unos a trabajar y otros a la universidad, así que nos fuimos distanciando, aunque seguía habiendo un gran afecto entre todos -y lo sigue habiendo hoy en día-.
Yo había empezado en la universidad y una noche de verano, después de haber salido de fiesta con unos amigos, me iba hacia la casa del pueblo que tenían mis padres y nada más salir de la ciudad, por un camino, me encontré a Ángel andando. Hacía tiempo que no sabía nada de él y me extrañó verlo por allí porque era ya de madrugada así que paré por si pasaba algo. Me comentó que había estado con unos amigos radioaficionados y que se volvía a casa. Me ofrecí a llevarlo con el coche ya que no tenía ninguna prisa y accedió encantado. Subió y me puse cardíaco enseguida. Llevaba un pantalón corto a cuadros y una camiseta que dejaban ver lo marcado que tenía el cuerpo.
Me preguntó si venía de fiestas y le dije que sí, pero que me iba a casa sin ganas, porque me hubiera gustado seguir la fiesta un rato más. Le ofrecí tomar una cerveza en mi casa, ya que mis padres no estaban y le pareció bien.
Aparqué el coche y subimos a casa. Yo recordaba que había cervezas en la nevera y recé para que siguieran allí. Por suerte, allí estaban y le pude ofrecer una y yo cogí otra. Nos fuimos al comedor a tomárnoslas y empezamos a charrar para ponernos al día y tal. Yo estaba deseando lanzarme o insinuarle algo pero tenía terror.
En un momento de la conversación me comentó que estaba jodido de los riñones porque había estado currando con su padre todo el día. Me ofrecí a hacerle un masaje para ver si le mejoraba pero me dijo que no. Insistí un poco y le dije que daba muy bien los masajes y finalmente accedió tímidamente. Menos mal que estaba sentado porque la polla se me iba a salir del pantalón de la excitación que llevaba encima.
Le pedí que se echara hacia adelante y que se subiera la camiseta. Empecé a hacerle un masaje en la zona de las lumbares de la mejor manera que sabía porque no tenía ni idea, como es lógico. Estábamos en silencio absoluto y yo seguía masajeando su espalda y babeando casi literalmente. Le pregunté si notaba mejoría y me dijo que algo sí. Ahora lo recuerdo y no sé ni cómo fui capaz de hacerlo, pero dejé una mano presionando en la zona lumbar y la otra la puse en su tripa, como para hacer más presión en la zona lumbar. Yo seguía a la faena y la mano que estaba en la tripa fue, muy poco a poco, bajando.
Notaba que el corazón se me salía por la boca porque pensaba que en el momento menos pensado me iba a decir que qué coño hacía o algo. La cuestión es que no abrió la boca y apoyé mi mano en su paquete mientras con la otra seguía simulando que le hacía el masaje. Aguanté ahí unos minutos y como no dijo nada, empecé a sobarle el paquete por encima del pantalón. El tío seguía callado y le bajé la cremallera del pantalón y metí la mano como pude -la otra la seguía teniendo en su espalda...- Ahora sí, al sobarle por encima del calzoncillo noté como su polla se iba hinchando poco a poco. Él seguía sin decir nada así que me animé, metí la mano por dentro de los calzoncillos y empecé a apretarle el rabo. En ese momento, y sin mirarme me dijo: “¿Nos pajeamos?”. Vale, le dije yo, sin saber muy bien cómo interpretar esas palabras.
Saqué la mano de su paquete y él aprovechó para bajarse los pantalones y calzoncillos hasta los talones y quitarse del todo la camiseta. Uffff. Ante mí apareció un rabo prácticamente duro y unos huevos que colgaban que me moría por comerme. Le imité y yo hice lo mismo, bajando mi pantalón y liberando mi polla que estaba pidiendo salir a gritos.
Empezó a sobarse la polla y yo hacía lo mismo con la mía. Como vi que no tenía intención de dar ningún paso, aparté suavemente su mano de su rabo y lo cogí con la mía, empezando a pajearle muy despacio. De vez en cuando bajaba a los huevos y los masajeaba. Él estaba con los ojos entrecerrados y jadeaba. Comprobé que, efectivamente, él no iba a hacer nada y le cogí la mano y se la puse en mi polla, que estaba a punto de explotar por la situación y lo caliente que me estaba poniendo.
Él me imitó torpemente y empezó también a meneármela. Yo no sabía si concentrarme en su rabo, en su mano, o en mis ojos, contemplando el espectáculo que estaba sucediendo, y que si me hubieran contado hacía apenas una hora, no me lo hubiera creído ni harto de vino.
Así estuvimos un buen rato, pajeándonos mutuamente como él había dicho y con los rabos bien duros, cuando decidí que había que dar un paso más porque tenía ante mí una oportunidad que no volvería a tener en la vida. Así que aprovechando que él seguía con los ojos cerrados -seguramente pensando en alguna chica que lo pusiera cachondo- liberé su mano de mi polla y agachándome me metí la suya en la boca. Así, sin más. Me la metí y esperé unos segundos a ver la reacción, pero como seguía sin decir nada, empecé a comérsela lamiendo todo su rabo desde la base hasta la punta, y jugando con mi lengua con sus huevos.
Decidí disfrutar al máximo de esa mamada. Le pedí que abriera las piernas y dejé caer un cojín en el suelo entre ellas. Me arrodillé y contemplé el monumento de tío que tenía delante de mí en bolas y el rabo de 18 centímetros que iba a disfrutar. Ahí sí que me empleé a fondo. Además es una postura que me encanta. Estás como sometido de alguna manera y centrando tus esfuerzos en darle placer al macho. En ese caso, y después de tantos años, era como un premio y decidí aprovecharlo.
Mi mano con sus huevos y mi boca con su rabo eran incapaces de parar un momento, mientras con la otra le acariciaba el pecho y el abdomen marcado que me ponía a tope. Igual me entretenía con su glande, lamiendo y succionando como si fuera un helado -y viendo cómo le encantaba por los gemidos que daba- que me metía su polla hasta la garganta abriendo bien la boca para que traspasara mi campanilla.
Seguimos así un buen rato hasta que me dijo que si no paraba iba a correrse. Le dije que eso era lo que quería, que me diera la leche. Así que seguí chupando mientras le pajeaba con una mano hasta que noté que sus huevos se ponían más duros y Ángel agitaba todavía más la respiración y sentí como salían varios trallazos de leche directos a mi garganta. La sensación de notar cómo sale la leche de un rabo mientras está en mi boca es absolutamente indescriptible. Con su leche en mi boca me cogí la polla que la tenía abandonada y con dos meneos me corrí dejando el suelo perdido.
Nos miramos y nos empezamos a reír. Fuimos al baño a limpiarnos y a vestirnos y me dijo que tenía que irse. Le dije que lo llevaba a casa, que me venía de paso para ir al pueblo y accedió, pero durante el viaje no nos hablamos ninguno de los dos. Supongo que él por vergüenza, y yo porque seguramente tenía muchas cosas que decir pero no eran oportunas. Lo dejé en su casa, nos despedimos y me fui al pueblo. Al llegar a casa me fui al baño a hacerme otro pajote pensando en todo lo que había pasado esa noche y en que le había comido la polla al machito de la pandilla.
Pasaron los meses y no volvimos a vernos. Como he dicho antes, cada uno hacía su vida y en aquel momento los móviles no estaban tan al día como en la actualidad, así que mantener el contacto era difícil. Reconozco que pasé varias veces por su calle pero no tuve suerte.
Llegó el verano siguiente y un sábado coincidimos en un bar de copas. Él iba con un grupo de amigos y amigas y yo con dos amigos. Nos dimos un gran abrazo y la verdad es que nos alegramos de vernos los dos. Durante la noche seguíamos cada uno con sus amigos pero de vez en cuando nos cruzábamos las miradas. Es cierto que él no mostró absolutamente nada pero yo me dije que tenía que intentar aprovechar la ocasión, dado que la casa también la tenía libre al estar mis padres en el pueblo.
Así que en un momento determinado, que fui hacia el baño, paré donde estaba él y le dije si le apetecería venir a mi casa a tomar la última. Recuerdo que puso una cara como si le hubiera venido de sorpresa pero me dijo que por él, perfecto. Que podíamos irnos en media hora y que tenía la moto aparcada en la puerta. Cuando vi que se hacía la hora le dije a mis amigos que me retiraba ya y salí del local. Esperé un poco y vi que Ángel también salía y le dije que iba a por el coche y que nos veíamos en mi casa.
Aparqué justo en la puerta de casa porque al ser verano no había mucha gente en la ciudad y a los 2 minutos apareció Ángel con su moto. Había cambiado la moto de cross por una motarra que no sé deciros cuál era pero era muy cañera. Muy de machito, vaya...
Subimos a casa y volvimos a sentarnos en el sofá de la otra vez. Le ofrecí una cerveza que aceptó y saqué una para cada uno. Me hubiera apetecido lanzarme sobre él pero Ángel parecía no estar dispuesto a mostrar ganas de nada. Mantuvimos una conversación para ponernos al día y terminó hablando de las tías a las que se follaba y tal. Ahí me dio pie porque me dijo que tenía una follamiga que curraba en unos grandes almacenes y que de vez en cuando le regalaba calzoncillos muy molones. Aproveché para decirle que seguro que llevaba alguno de esos puestos y que le quedaban genial. Pareció mostrarse sorprendido pero me dijo que efectivamente llevaba uno de esos y le dije: “¿Y por qué no me enseñas cómo te quedan?”. Dicho y hecho. Dejó la cerveza en la mesa y se puso de pie, justo delante de mí. Se desabrochó el pantalón y se lo bajó, enseñándome unos boxer que le quedaban como un guante. “¿Te gustan?”, me dijo. Uffff. No pude resistir más. Puse mi mano encima de su paquete y le dije: “Me encantan, ya lo sabes”.
Empecé a sobarle el paquete mientras Ángel se dejaba hacer pero ahora que sabía que él estaba dispuesto no quería que fuera en el sofá. Así que paré de sobarlo cuando ya tenía el rabo bastante morcillón, me levanté, lo cogí de la mano y lo llevé a la habitación. Le quité la camiseta y él se quitó las zapatillas y los pantalones. Le dije que se quedara con los bóxer, ya que eran tan chulos... Yo no lo dudé y también me quité la ropa.
Le dije que se tumbara en la cama y la visión que tuve fue tremenda. Se cogió la cabeza con las manos por detrás, en plan, aquí estoy, haz lo que quieras así que me subí a la cama y empecé a besarle el cuello. Fui bajando deteniéndome en cada uno de sus pezones mientras con la mano le sobaba el paquete. Me detuve en su abdomen marcado, recorriendo con mi lengua y mis labios sus pliegues, y deteniéndome en la zona del ombligo, donde empezaban a nacer unos pelitos que ya sabía yo dónde terminaban...
Dibujé su rabo con mis labios por encina de los bóxer y metí mi nariz en la parte de los huevos. Cuando no pude resistir más le cogí el bóxer, se lo bajé y se lo quité, lanzándolo al suelo con el resto de la ropa. Una vez más, ese rabo perfecto estaba a mi disposicíon y no iba a desprovecharlo. Me empleé a fondo en darle placer y parece que lo estaba consiguiendo porque no paraba de gemir. Estaba trabajando bien su rabo con la boca, follándome la garganta yo mismo, mientras él movía sus caderas para meterla más adentro.
Al rato dejé su rabo y me tumbé boca arriba junto a él en la cama. Le miré y le pregunté si le había gustado. “Mucho”, me dijo. Lo que sucedió a continuación me dejó helado porque no me lo esperaba en absoluto. Se amoldó entre mis piernas, cogió mi rabo que estaba durísimo y se lo metió en la boca. No puedo decir que me hizo una mamada porque se notaba que era la primera polla que se comía. Pero la visión de ver cómo intentaba lamer mi cipote y darme placer casi hace que me derrita.
Cuando consideró que tenía que parar, me miró a los ojos como diciendo, “¿y ahora qué hacemos?”. Dios, estaba tan caliente por la mamada o intento de mamada que me había hecho que no sabía dónde podría llegar.
-¿Qué te apetece hacer ahora?, le pregunté.
-Pues no sé... ¿Y a ti?
-¿Te apetece que hagamos un 69?
Me miró y me dijo: “¿Igual que con las tías?”. “Pues... sí, más o menos”, le respondí. Hice que se tumbara boca arriba en la cama y me coloqué yo encima en posición para que nuestras pollas quedaran a la altura de las bocas. Ese momento quedará en mi memoria como uno de los más excitantes que he vivido. Notar cómo se metía mi rabo en su boca mientras yo disfrutaba metiéndome el suyo hasta la garganta fue absolutamente delicioso. Bajé hasta sus huevos para lamerlos bien y con ese movimiento mi culo quedó a la altura de su boca. Estuvo unos segundos sin saber muy bien qué hacer y de repente, noté cómo sacaba mi lengua para lamerme el ojete. Dejé de ocuparme de él y me concentré en el placer que me daba con la lengua en mi culo, gimiendo de placer. En esa época era activo pero comprendí que la oportunidad de tener un macho como Ángel a mi disposición la iba a aprovechar bien aprovechada. Me incorporé y me puse de cuclillas para intentar clavarme su polla. Entre los nervios y que ya digo que era activo en esa época, no había manera.
Menos mal que Ángel era un empotrador de campeonato. Me apartó suavemente de encima de él y me puso a cuatro patas. Me escupió en el culo y, todavía no entiendo cómo lo hizo, pero me la fue metiendo sin que me doliera apenas y dándome un placer como pocas veces había sentido. Cuando pasó la primera fase, empezó a empotrarme sin ninguna piedad mientras sacaba su lado más machote: “¿Te gusta que te folle, verdad? ¿Notas mi rabo en tu culo, zorra?”. Síiiii, apenas podía contestar...
Joder, la follada fue de campeonato y encima me estaba poniendo muy cerdaco con todo lo que me estaba diciendo. Aguantó como un campeón dándome embestidas en las que parecía que su polla me iba a salir por la boca y al rato me dijo que me iba a preñar el culo. Entonces caí en la cuenta de que no se había puesto condón y le dije que en el culo no, que me bañara de leche si quería. Me la sacó, hizo que me diera la vuelta quedando boca arriba y se corrió en todo mi pecho y algún trallazo me llegó a la cara. Me dejó pringadísimo pero tal y como estaba, empecé a meneármela y en nada me corrí llenando mi pecho todavía más de leche. Quedé hecho un cristo, la verdad, pero estaba flipando todavía de todo lo que había pasado. Él estaba rendido y me dijo: “Vaya pinta tienes así” y empezamos a reírnos a carcajada.
Le dije si quería ducharse y me dijo que por supuesto, así que aproveché y me metí con él en la ducha. Nos enjabonamos mutuamente y la verdad es que después del polvo, fue una delicia terminar con esa ducha tan sensual que tuvimos. Cuando terminamos, se vistió y se despidió, sin mas. Como si termináramos de ver una película.
Terminé de estudiar y me fui a currar a otra ciudad y perdimos el contacto. Hace un par de años nos vimos y nos dimos el móvil. Está casado y con nanos, pero la alegría de vernos fue mutua. Desde entonces me ha ayudado alguna vez con temas del curro.
Un día hablamos sobre lo que pasó, aunque él no le daba importancia y me juró que jamás volvió a estar con un tío. Ni antes ni después de mí. Y que éramos colegas por encima de todo.
Y así hemos quedado. Como colegas. Y con el recuerdo de aquellos dos encuentros que marcaron mi juventud.
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