Eran las cuatro de la tarde y estaba tirado en un banco cualquiera del parque de mi barrio. Había quedado con un chico y me había dado plantón, y lo peor era que ni siquiera daba señales de vida.
Lo conocí en la universidad, hace una semana o dos, gracias a una amiga que me lo presentó, y desde ese día habíamos empezado a hablar, prácticamente todas las noches hasta ayer.
Decía que le gustaban mis pecas, nada que no me hayan dicho ya, pero él lo decía como si de verdad lo sintiera. Decía que le gustaba todo de mí, mis pecas, mi cara, mi pelo, mis manos, mi cuerpo. Creo que me estaba empezando a pillar. Y va el imbécil y me planta en la primera cita. Pues que le follen.
Me levanté del banco y me dirigí de vuelta a mi casa con una mala leche que no me la quitaba nadie. Cuando estaba llegando me acordé de por qué llevaba toda la mañana fuera: hoy se mudaba a mi casa mi nueva madrastra. Mi padre, divorciado desde hacía ya un par de años, se había echado novia y ahora la estaba metiendo en nuestra casa, casi sin consultarme. A mi la verdad es que no me hacía mucha gracia que hubiera otra mujer en casa, mi padre lo paso mal cuando se divorció, descubrió que mi madre le engañaba y se armó un jaleo tremendo por ver quién se quedaba con la casa. Al final se la quedó mi padre básicamente gracias a mí, yo había decidido quedarme con él, le tenía rencor a mi madre por hacerle sufrir, el pobre hombre no se lo merecía, era una buena persona, y como yo tenía 18 años por aquel entonces pude decidir con quién me quedaba. Supongo que a mi madre no le sentó muy bien, no hemos hablado desde entonces.
Entré a casa y el recibidor estaba lleno de cajas, se oían voces en el salón y yo me dirigí hacia las escaleras, con un poco de suerte no me habrían oído entrar y podría quedarme un rato en mi cuarto.
—Lucas, ¿eres tú? —Era la voz de mi padre. Mierda, adiós a la tranquilidad.
Fui al salón y me encontré a mi padre sentado en el sofá con una mujer rubia, de unos cuarenta años, bastante guapa, a decir verdad, y su sonrisa parecía bastante sincera. Supongo que tenía que aceptarla tarde o temprano.
—Hijo, te presento a Miriam. ¿Dónde te habías metido? Te avisé que llegarían a la hora de comer.
—Lo siento, estaba con Marcos en su casa y se me pasó la hora. —Mentira. No quería verla, y mi padre lo sabía, o por lo menos debía intuirlo.
—No te preocupes, cielo. SI de todas formas nos íbamos a ver mucho a partir de ahora. —Me excusó Miriam. Me lo estaba poniendo difícil para queme cayera mal.
Justo cuando iba a irme se oyó la puerta del baño, del que salió un chico rubio, de unos veinte años, rubio y que me sacaba dos cabezas. El típico cachas de gimnasio que apestaba a masculinidad tóxica.
—Lucas, este es André, el hijo de Miriam. —No me jodas, ahora también tengo un hermanastro, lo que me faltaba— Va a dormir en el sofá hasta que adaptemos el cuarto que está al lado del tuyo.
—Encantado. Bueno, si no os importa voy a irme a mi cuarto. Todavía tengo algunas cosas que hacer de clase. —Mentira otra vez. Quería estar solo un rato y prefería dejar las presentaciones para otro día.
Había sido un día de mierda, y la tarde se me hizo aún más larga, en mi cuarto sin querer salir para no encontrarme a la familia feliz ahí fuera. Hasta se me había quitado el hambre, así que me acosté sin cenar.
Al día siguiente todo fue normal. Bueno, era una situación nueva, volver a tener ``madre´´ y un hermanastro nuevo, pero todo era anormalmente normal. Era como si se conocieran de toda la vida. Bajé a la cocina a desayunar y estaban mi padre y Miriam tomándose un café y unas tostadas, nos saludamos y cogí mi desayuno para llevármelo al jardín, no estaba para ver parejitas después de mi chasco sentimental de ayer.
Y cómo no, en el jardín estaba André, sin camiseta y haciendo ejercicio, ya estaba sudando y se podía ver a la vecina de enfrente medio asomada en la cortina.
—Buenos días. —Saludó terminando de hacer flexiones y sentándose en la silla de al lado a mirar su móvil.
—Buenos días. —Contesté de mal gana.
—Lucas, ¿verdad? Que ayer no nos presentamos.
—Ese mismo. Tu eres André, supongo.
—Sí. Encantado, tío. —Contestó riéndose y poniéndome una mano en el hombro.
La verdad es que era simpático. Igual me estaba pasando de borde. Y… ahora que me fijaba estaba bastante bueno, tenía tableta y unos bíceps del tamaño de mi cuello.
—Espero que estés contento. Ya tienes a la vecina conquistada, te lleva mirando un rato desde la ventana. —Dije para quitarme fama de borde. Ahora quería caerles bien.
—Jaja sí, ya la vi antes. Y que mire lo que quiera, que está muy buena.
—No sé, no me había fijado.
Ya por la noche se me hacía imposible dormir. El chico que me dejó plantado, Pablo, había vuelto a hablarme y me contó que se había tenido que quedar cuidando a su hermana pequeña y que se le rompió el cargador del móvil y no pudo avisarme porque se le apagó antes de que pudiera decirme nada. Me pareció mucha casualidad, pero decidí creerle, no me apetecía discutir.
Al rato ya estábamos hablando como siempre y la conversación ya se estaba calentando un poco, nos empezamos a mandar fotos y haciéndonos una paja. Él se corrió y me dijo que se tenía que ir, dejándome a medias. Pues vaya gracia, me había dejado cachondo y me había quitado las ganas de seguir con la paja yo solo.
Bajé a la cocina a por un vaso de agua y al llegar al salón la luz estaba encendida y André estaba tumbado en el sofá, de espaldas a mí. Solo le veía de cintura para arriba por lo que supuse que estaba sin camiseta y que dormía así, pero al entrar al salón me di cuenta de que estaba completamente desnudo, con el móvil en la mano viendo porno y la polla dura en la otra. El muy cabrón se estaba cascando una paja en mi salón, parecía que esa noche todos estábamos cachondos.
Me quedé mirándolo un momento, tenía una buena polla, le debería medir mínimo 18 cm y era bastante gorda, de esas que te duele aunque lleven media hora dilatándote pero compensan porque te dan el gustazo de tu vida. Joder, como me estaba poniendo mi hermanastro.
—Tío, córtate un poco. Que ahí desayuno yo a veces. —Al oírme dio un pequeño salto del susto.
—Hostia, perdona tío. Pensé que estaban todos durmiendo ya. —Se tapó con el primer cojín que pilló y tenía la cara roja de la vergüenza.
—Nada, no te preocupes. Todos nos ponemos cachondos de vez en cuando. —Dije eso guiñándole un ojo, quería ponerle más nervioso, divertirme un rato.
Fui a la cocina y al volver no estaba, supuse que se habría ido al baño para terminar la paja a gusto así que iba a volver a mi cuarto cuando pasé al lado del sofá y vi el cojín con el que se había tapado antes. No sé qué me pasó, pero lo agarré y me lo llevé a la nariz. Olía a polla, se había estado pajeando un rato y ya había soltado presemen, de hecho, había una pequeña mancha en el cojín. Me había puesto cachondísimo hacer eso, pero a la vez me sentía raro, se suponía que ahora éramos familia, qué coño estaba haciendo.
Dejé el cojín en su sitió y salí corriendo hacia mi habitación antes de que volviera y descubriera que a su hermanastro le ponían las pollas.
Pasaron unos cuantos días sin mucha novedad, cada vez nos íbamos llevando mejor e incluso ya salíamos los cuatro juntos de vez en cuando. André salía de fiesta de vez en cuando con dos amigos suyos que venían a buscarle en coche. Tengo que admitir que cada vez me ponía más, desayunaba en el jardín a veces para verle sudando sin camiseta, me quedaba embobado mirándole de vez en cuando, pero nunca pasé de las miradas furtivas hasta más de una semana después.
Mi padre ya había comprado una cama y el cuarto de arriba ya estaba listo para que André se instalara. Ahora dormíamos pared con pared, por lo que lo oía pajearse casi todas las noches, aunque fuera muy leve, lo que me llevaba a meterle dedos escuchándole y deseando que viniera a mi cuarto a meterme la polla en la boca. Sabía cuándo se iba a correr porque aceleraba el ritmo, y al momento de correrse se le escuchaba suspirar un poco más alto. Yo acababa corriéndome en mi barriga con los dedos metidos en el culo, metiendo y sacando a toda velocidad. Puede que André escuchara algún gemido que se me escapaba de vez en cuando, pero nunca me dijo nada.
Yo cada vez estaba peor, mi hermanastro me tenía loco y yo me sentía mal por ello, porque era mi hermanastro y sabía que no podríamos hacer nada, o que si lo hiciéramos estaría comiéndome la cabeza de remordimientos.
Para colmo, compartíamos baño, ya que en la planta de arriba había dos baños, uno para nuestros padres y otro para nosotros. Y esto fue lo peor…
Un día, después de que hiciera ejercicio y se duchara, entre al baño detrás de él y vi su ropa sucia tirada en el suelo, el muy cerdo todavía no la había recogido, Con la excusa de ducharme, cerré con pestillo y abrí el grifo para que hiciera ruido y disimular. Me senté en el suelo, cogí sus calzoncillos, me los llevé a la nariz y aspiré lo mas fuerte que pude. Si el cojín de la otra vez me puso cachondo, imaginad unos calzoncillos recién quitados. Se me puso dura al momento, ya tenía una mancha en mis slips, que no tarde en bajarme para empezar una paja con sus calzoncillos en mi cara. No me pude resistir y empecé a lamerlos, su sabor se me quedaba en la boca, estaba a punto de correrme. Aceleré el ritmo, mantuve los calzoncillos en la boca apretando con los labios y la mano que se me quedo libre la utilizaba para meterme un par de dedos, eso hizo que explotara y me corriera sobre el suelo del balo y sobre mi pecho y barriga. Si alguien me hubiera visto no sé que habría pensado, ahí en el suelo, en pelotas con unos calzoncillos usados de mi hermanastro en la boca, lleno de mi propia lefa y con dos dedos en el culo. Y lo peor era que me había encantado.
Esa situación se empezó a repetir, casi todos los días dejaba su ropa usada en el baño después de correr y yo iba a ducharme después, antes haciéndome una paja oliéndola. Iba alternando entre calzoncillos y calcetines, y cada vez estaba más cerdo, necesitaba pasar de la ropa a su cuerpo, le necesitaba a él.
En una de esas veces, la rutina me jugó una mala pasada, acostumbrado a que nunca me molestara nadie, mientras me pajeaba con sus calzoncillos en la cara la puerta del baño se abrió, resultó que André se había dejado el móvil en el baño y yo reaccioné muy tarde. Me pilló con la polla dura en la mano y sus calzoncillos en la otra. Cogió su móvil y salió corriendo.
Mierda
Desde mi descuido en el baño había decidido evitar a André y, en caso de que me recriminara algo, tenía pensado hacer como si no hubiera pasado nada. Pero claro está, esa situación no iba a durar para siempre, vivíamos juntos y era inevitable cruzarme con él.
Las pocas veces que coincidíamos él intentaba no mirarme y yo estaba de acuerdo, tiene que chocarte un poco que tu nuevo hermano se ponga cachondo al oler tu ropa sucia, que también debo decir que dejé de hacer. Intentaba quitarme esa costumbre, pero a veces no podía evitarlo y acababa cascándome una paja en el baño. Eso sí, asegurándome de poner bien el pestillo.
Nuestros padres trabajaban desde por la mañana hasta por la tarde, por lo que estábamos casi todo el día solos en casa. André a veces aprovechaba para traerse a sus amigos y ponerse a fumar porros en el salón mientras hablaban de ``cosas de tíos´´, que se oía todo desde el piso de arriba porque hablaban a voces, se debían de olvidar que yo estaba ahí.
Hablaban de videojuegos, de si había salido algún coche nuevo, de los coñitos que se tiraban cuando salían de fiesta… palabras literales suyas. Esas conversaciones me calentaban, de hecho, casi todo lo que tenía que ver con André me calentaba, sobre todo cuando lo escuchaba contar en que posturas se follaba a las tías o lo duro que le gustaba darles. Hasta lo escuché decir que intentaba convencerlas de que le dejaran metérsela por el culo, pero nunca le dejaban porque no quería que le hicieran daño, normal al ver el pollón que se gastaba mi hermanastro.
La verdad que yo ya estaba cansado de evitarle, ya llevábamos una semana y pico sin dirigirnos la palabra y en cualquier momento nuestros padres podrían empezar a sospechar y tendríamos que dar explicaciones. Así que aproveché una mañana que no había invitado a sus dos amigos para intentar hablar con él y aclarar las cosas.
—André, ¿podemos hablar un momento? —Pregunté al bajar y encontrándomelo viendo la tele.
—Sí, claro. Dime
—Bueno, es que estos días no hemos hablado mucho y te noto un poco raro, ¿te pasa algo conmigo? —Definitivamente estaba fingiendo que ese encuentro no había existido. Además, a lo mejor tampoco me había visto bien cuando me pilló.
—¿Estás de coña? ¿Me estás diciendo que no sabes por qué no nos hablamos? —Creo que hacerme el tonto lo estaba cabreando, y yo ya estaba rojo como un tomate.
—Eh… y-yo… — No podía evitar tartamudear.
—No te hagas el inocente. Eso igual funciona con tu padre, pero conmigo no. ¿Me puedes explicar qué coño hacías con mis calzoncillos en el baño? —Mierda. Sí lo sabía.
—Pues… la verdad es que no sé qué me pasó. —Decidí sincerarme. Total, si ya me había pillado—. Pero te juro que es la primera vez que me pasa algo así. ¿No podríamos… ignorarlo? Por favor.
—Es que es muy fuerte, que te pajeaste con mis calzoncillos. No sabía ni que eras…bueno eso.
—¿Eso qué? ¿A qué te refieres? —Sabía perfectamente a qué se refería
—Pues eso, marica. Pero no te preocupes, no diré nada a nuestros padres de este asunto.
Tras eso le di las gracias y me volví a mi cuarto. Durante los días siguientes volvimos a empezar a hablar, era como volver a conocernos, con la diferencia que ya sabía que me ponía cachondo. Por desgracia, con su actitud de hetero medio homófobo me dejaba claro que mis posibilidades con él eran nulas, así que solo me quedaba fantasear con él por las noches, mientras lo escuchaba pajearse.
Pasados un par de días, nuestros padres nos avisaron de que iban a salir a cenar y a alguna discoteca y que posiblemente no volverían hasta el día siguiente, así que esa noche nos quedaríamos solos.
Cenamos como si nada y me iba a ir a mi cuarto cuando André me preguntó si quería ver una película con él en el salón, cosa que acepté, pero un poco sorprendido. Era una de esas pelis de acción sin mucho argumento, mucho tiroteo, mucha pelea y alguna que otra escena de sexo. Sexo hetero, por supuesto.
Estábamos los dos sentados, André bebiéndose una cerveza y yo concentrado en la peli. Ya era la tercera o cuarta que se tomaba por lo que supuse que iba algo borracho, cosa que confirmé un rato después.
—Puf, que buena está esa. —Comentó en alguna de las escenas de sexo, de reojo le miré y vi que se le estaba empezando a notar un bulto importante—. Aunque bueno, a ti se te irán más los ojos al tío. Pero aun así tienes que reconocer que la tía está bien buena.
—Sí, supongo. —No sabía que estaba intentando, pero su actitud de machito también me estaba empezando a calentar.
—Oye, ¿y si cambiamos de peli?
—Como quieras. —Contesté, a ver si ahora ponía alguna que nos calentara menos.
Se levantó y sacó un disco de su mochila, que estaba tirada al lado de la mesa del comedor, lo puso en el DVD y, para mi sorpresa, había puesto una peli porno.
—Tío, ¿qué haces? —Pregunté sorprendido, no es que el porno hetero me fascinara.
—¿A qué te crees que me refería con cambiar de peli? Venga, nos hacemos una paja y listo, que se que a ti también te puso cachondo la otra peli. —Lo que él no sabía era que la peli me daba lo mismo, lo que me estaba calentando era verle a él.
Nos pusimos a verla, era un poco topicazo: la chica que llega a un taller y el mecánico se la acaba follando en el capó del coche. André no dejaba de sobarse el paquete por encima del pantalón de pijama, que luego supe que no llevaba calzoncillos.
—Joder, que puta zorra. —Dijo levantándose un poco y bajándose el pantalón, dejando a la vista su pedazo de rabo. A mí ya se me caía la baba, era imposible no mirarle—. ¿Tú no vas a hacer nada?
—No sé, la verdad es que me da corte contigo delante.
—Venga, no me seas imbécil, que ahora somos como hermanos. Además, ¿te crees que no te oigo gemir todas las noches? Así que ahora no te me pongas tonto y enséñale a tu hermanastro qué tal cargas.
No me dejo otra opción, me bajé los pantalones y calzoncillos y le enseñé mi polla, que ya estaba durísima. No es que fuera muy grande, pero tampoco era pequeña, unos 16 cm o así.
—No está mal, aunque la mía es más grande. ¿Cuánto te mide? —Los machitos y su manía de comparar.
—Unos 16 cm creo. —Respondí empezando a tocarme, ya estaba soltando presemen del calentón.
—Bua, a mi me mide un poco más de 19. Mira. —No tardé ni 2 segundos en mirarle, estaba sujetándosela desde la base, enseñándomela orgulloso.
Ya llevábamos un rato viendo la peli, la tía estaba siendo follada por el mecánico a 4 patas en el suelo cuando apareció otro tío que le metió la polla en la boca. André no hacía más que resoplar.
—Joder, se las traga dobladas la muy puta. ¿Tú te las tragas igual? —Preguntó, descolocándome un poco.
—¿Cómo?
—Eso, que si la chupas igual de bien. Me han dicho que los maricas la chupan mejor.
—No lo sé, nunca se me han quejado. —Respondí, la verdad es que sí, la chupaba muy bien.
—Oye y… ¿y si me dejas comprobarlo? No te confundas, no soy marica ni nada, pero estoy demasiado cachondo.
Me lo pensé un par de segundos, pero no tardé en decidirme. Me levanté hasta quedar delante de él y me puse de rodillas. Él no perdía detalle de lo que hacía. Le sujeté la polla con una mano y con la otra empecé a masajearle los huevos, quería ponerle muy cachondo.
Cuando vi que estaba empezando a soltar presemen lo recogí con el dedo y me lo llevé a la boca, me encantaba su sabor, ya solo tenía ganas de saborear su polla. Pero quería hacerme de rogar, así que seguí pajeándole y pasé a comerle los huevos, que sabían un poco a sudor pero que solo conseguía ponerme más cachondo.
Él no paraba de suspirar y yo no quería hacerle sufrir más, así que empecé a pasarle la lengua a lo largo de todo el rabo hasta llegar a la punta, que no dudé en meterme en la boca y empezar a succionar. Ahí empezó a gemir. Estaba con la cabeza hacia atrás, con las manos detrás de la cabeza, creo que estaba intentando no mirarme, imaginándose que soy alguna guarra de las que se tira.
Yo ya estaba empezando a tragarme su polla, al primer intento me metí hasta la mitad, no conseguía que entrara más, pero logré meterme un poco más. Soltando alguna que otra arcada, claro.
—Joder, si al final resulta que tenía una zorra en casa y no lo sabía. —Decía entre gemidos.
Me agarró la cabeza con las dos manos y empezó a marcar el ritmo. No paraban de darme arcadas y parecía que eso le ponía aún más, cada vez me la metía más rápido, era como si se estuviera follando mi boca. Su rabo ya estaba lleno de mis babas.
Notaba que se iba a correr, tenía el capullo hinchado y cada vez bufaba más. Pensé que iba a acelerar y correrse en mi garganta, pero en vez de eso me agarró de los hombros y me empujo hasta quedar boca abajo en el sofá. Yo solo me dejé hacer. Me levantó un poco el culo, escupió en el y me la empezó a meter. Al principio no entraba mucho, obviamente. Yo estaba gritando de dolor, pero a él parecía no importarle, seguía empeñado en meterla toda.
Noté cuando su cuerpo chocó con mis nalgas, ya lo había conseguido y yo sentía como si me estuviera partiendo en dos. No esperó mucho, a los pocos segundos ya estaba empezando el mete saca con bastante ritmo. A mí me seguía doliendo, pero estaba tan cachondo de que me follara mi hermanastro que me dio igual.
Al poco rato ya estaba desapareciendo el dolor y estaba empezando a sentir un gustazo tremendo, mis gritos se habían convertido en gemidos y André pareció notarlo, empezó a acelerar el ritmo mientras gemía como un loco. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero yo estaba disfrutando como una puta.
—Ponte de rodillas que me voy a correr en tu cara. —Dijo a la vez que me la sacaba.
Yo obedecía cualquier cosa que me decía, y ahí estaba, de rodillas a sus pies. Me agarró del pelo y me ladeó un poco la cabeza mientras que con la otra mano se pajeaba en mi cara. No tardó mucho en soltar varios chorros de esa leche que tanto tiempo llevaba esperando. La notaba escurriéndome por la cara, caliente, espesa. Lo único que pude hacer fue llevármela a la boca para tragármela mientras él me miraba.
—¿Te vas a quedar ahí siendo una zorra o me vas a limpiar la polla? —Preguntó. Bueno, más bien ordenó, cosa que yo no tardé en obedecer, otra vez.
Cuando ya se la dejé bien limpia, me dejó ahí en el suelo y fue a la cocina a por otra cerveza.
—¿Todavía sigues ahí? —Preguntó al volver—. Lárgate antes de que vuelvan nuestros padres.
Me dejó un poco sorprendido, otro que me dejaba a medias. Pero claro, ¿cómo iba yo a desobedecerle en algo? Así que me levanté y me fui a mi cuarto, donde me estuve metiendo dedos durante un rato para poder correrme. Todavía tenía restos de su lefa en mi cara y su sabor en la boca.
Y ahora quería probar la mía.
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